Uno de los bucaneros escapó como si lo persiguiera el diablo —algo normal, después de lo que acababa de ver— mientras que el otro, en cambio, sacó su pistola. Fátima se puso en tensión, sin saber qué hacer, y miró a Jeanne con angustia. El pirata estaba tan asustado que no le habría extrañado si hubiera apretado el gatillo sin querer.
—No sé de dónde salís vosotros, pero ese chico es mío.
El joven se rió, despectivo, mientras se ponía en pie con cuidado para no recibir otro golpe.
—Apartaos de él.
Fátima pensaba a toda velocidad. No deberían intervenir. Aquello era problema de Bastión Hueco y no tenían porqué meterse en ningún lío. Pero, ¿se iban a quedar sin hacer nada mientras un pirata disparaba a unos chavales? ¿Y si daba al pelirrojo? No tenía claro nada sobre él, si era un delincuente o no, ni por qué no se había asustado al ver a los Sincorazón, claro, pero tampoco podía…
—¿O si no qué? —preguntó uno de los chicos de Bastión Hueco—. Está bien, aprieta el gatillo y tendrás a muchas más de las criaturas que has visto antes. Para matar y mutilar a todos los presentes, el muchacho incluido. Si tienes tanto interés en él, no deberías de temerle. Al fin y al cabo, sólo nosotros conocemos la forma de que su poder sea invencible.
—Parece que Robert se ha metido en otro lío.
Fátima lanzó un gritito estrangulado y pegó un bote, sin llegar a ponerse de pie. Al lado de ellas, acuclillado y mirando por encima de los barriles. Era un hombre mayor, con el pelo cano y aire algo cansado, y las mejillas rubicundas. En cuanto se recuperó del susto, Fátima se fijó en la petaca que tenía entre las manos, y a la que dio un largo trago.
Se relajó un poco. No parecía una amenaza. Con todo, se mantuvo en guardia, preparada para invocar su tessen si era necesario. Lanzó una mirada de advertencia a Jeanne para que esperara.
—¿Robert es el chico pelirrojo…?—tanteó.
—No os aconsejo que os quedéis parados ahí, si el muchacho se enfada podrían aparecer más demonios, y si yo fuera vosotros no me gustaría andar cerca cuando eso pase.
—Espere, ¿qué ha dicho?—balbució Fátima, alternando la mirada entre él y el tal Robert.
¿Ese chico invocaba Sincorazón? Claro. ¡Claro! Por eso se había reído. ¡Por eso no estaba asustado! ¡Y habían aparecido precisamente cuando esos tipos estaban a punto de alcanzarlo…!
¡Y justo se tenía que meter Bastión Hueco en medio! ¡Malditos fueran! Cuando se volvió, el hombre ya estaba alejándose, demasiado borracho como para prestarles atención.
—Esto no va a gustarle al Rey, demasiado mal fario.
«¡El Rey!»
Compartió la sorpresa con Jeanne, mirándola con los ojos muy abiertos. ¡Fantástico! ¿Qué hacían ahora? Ronin les había encargado que fueran detrás del Rey e intentaran hablar con él. Pero ahí estaba Bastión Hueco. Ronin les había dicho que se alejaran, sí, y ella lo haría de muy buen gana si no fuera por el chico. Si era verdad que podía invocar Sincorazón, entonces podía estar relacionado con esos puntos que les había mostrado Ronin. Quizás incluso supiese cosas sobre ese barco.
—Ese Rey del que hablaba… Deberíamos alcanzar al pirata —Jeanne hizo amago de levantarse, pero Fátima levantó una mano para que esperara, intentando pensar—. La misión es lo primero.
—Lo sé, pero…
—No podemos perderlo. ¿Vamos, Vaan?
Se mordió el labio inferior. Luego se volvió hacia ella y dijo:
—¿Te animarías a separarte?—No le hacía nada de gracia dejar por su cuenta a una aprendiz que llevaba tan poco tiempo en Tierra de Partida, desde luego, pero se le revolvía el estómago al pensar que podía perder información si simplemente dejaba ir a los de Bastión Hueco. Y a Robert—. Quiero seguir a ese chico. Puede que podamos averiguar algo acerca del barco y los Sincorazón. Pero lo vital es encontrar al Rey así que….—Señaló hacia donde se había ido el viejo. Le sonrió de medio lado—. No me voy a quedar tranquila sin no sé qué hace Bastión Hueco y por qué hay gente capaz de… controlar a los Sincorazón.—Calló un momento y luego añadió—. Si pasa algo y necesitas como sea ayuda, lanza un hechizo al cielo. Iré lo más rápido que pueda. Lo mismo en mi caso, claro. Ten mucho cuidado, Joseph.
Siguió a Jeanne con la mirada, sintiendo un nudo en la garganta, y se dijo que estaría bien mientras no se metiera en líos. En cuanto a ella… Su prioridad era el tal Robert, de modo que escucharía en silencio, intentando no ser vista. Y si se movían, les seguiría a una distancia prudente.