—No le encuentro nada de humano a esto —puse los ojos en blanco.
Antes de que pudiese decir nada más, Simbad se acercó al borracho fingiendo estarlo él también. No entendía que pretendía con eso.
—¿Te crees que eres el único? —intentó que se le escuchara—. La mía me dejó por mi mejor amigo, ¡por mi mejor amigo!
Simbad, pedazo de mentiroso.
¿Por qué era mentira, no?
El borracho lo miró con cara de pocos amigos, y volvió a sacudir al chaval. Simbad parecía contento con aquel espectáculo, pero a mí no me hacía ni pizca de gracia; como saliese mal parada de aquel lío, pensaba vengarme.
—¿Y a ti qué te importa? —Se le encaró, crujiendo sus puños—. ¿Acaso piensas que tu moza era mejor que la mía?
—Todas son iguales —afirmó. Yo le fulminé con la mirada, pero ni reparó en mí—. ¿No estás de acuerdo?
El hombre le miró bastante sorprendido. Supuse que le estamparía un puño en la cara, por engreído. No sabía decir bien si se lo merecía por habernos metido a todas en el mismo saco. Sin embargo, no hubo pelea. Cuando me quise dar cuenta, el hombre tenía cogido a Simbad por el hombro, y parecía de todo menos enfadado. Después extendió los brazos, como llamando a los demás que estaban en silencio, probablemente con la misma cara que yo.
—¡Una buena cerveza para este diablillo! ¡Se la merece tanto como yo! —Todo el mundo empezó a reír. A excepción de mí. Me limité a soltar un largo suspiro, aliviada de haber evitado una pelea.
—¡Más la cerveza —siguió—, quiero una oportunidad para mí y la chica; para tocar una balada, para demostraros que hay esperanza en esta injusticia!
Simbad estaba creando un verdadero espectáculo con su ánimo. La taberna parecía haber recobrado una esencia algo distinta a la que había cuando entramos. La gente parecía haber animado por el hecho de tocar una canción.
—¡Que el moreno toque!
—¿Ésa es la moza con la que vas a tocar? —Cuando sentí la mirada de aquel hombre analizándome no pude evitar sonrojarme—. ¡Muchachos, traed un barril entero, la fiesta acaba de comenzar!
Simbad se hizo con un gorro nuevo, y quizás hasta con un nuevo amigo. Nos sirvieron una jarra de cerveza a cada uno. Me quedé mirándola, y luego miré a Simbad. Estaba loco si pretendía que probase aquello. Él alzó la suya.
—¡Por las mujeres como Freya! —Noté como el color rojo se acentuaba más en mis mejillas. ¿Qué demonios estaba haciendo?—. ¡Tiene una voz tan dulce como el hidromiel!
Simbad si bebió de aquella jarra. Y entonces me pregunté si era momento de empezar a cantar y tocar. Y si de verdad pretendía que yo entonara alguna parte de su canción. No creía ser capaz. Necesitaba alguna clase de ayuda…
Suspiré, mirando la jarra. Un poquito no podía hacer daño a nadie… ¿No? Tampoco es que fuese a perder la cabeza ni nada por el estilo… Solo era un empujón.
Di un trago y me sabió a rayos. Intenté no poner mucha cara de asco y reprimir la tos, pero creo que no lo conseguí del todo. Me levanté, sujetando aquella jarra que pesaba más que yo, y fui a buscar el Clavecín de aquella taberna.
—¡Está bien! —Alcé mi voz por encima de las risas del bar—. Damas y caballeros… Mi amigo y yo os traemos alegría.
»Una canción especial para una noche especial.
Me preparé y con júbilo empecé a tocar las primeras notas de lo que habíamos compuesto horas atrás.
que miras sin piedad,
¿siempre son tus ojos de acero?
que olvidas sin pesar.
Pensé que me costaría cantar en aquel lugar, pero no fue así. Las palabras salían solas, buscando su lugar en las notas de la canción. Miré con una gran sonrisa a Simbad, esperando que el se uniese a aquel espectáculo.
Después de todo, la culpa de aquello era suya.