Algo en la respuesta de Celeste hizo que el chico se quedara perplejo. Incluso Papelera la miraba pasmada, como si hubiese dicho una blasfemia. Fue un silencio incómodo, del que se recobró primero el otro Programa.
―Ya veo. Tú también eres una novata. Y debes de estar defectuosa para decir esas cosas. Tendré que informar de esto ―sentenció, dándose la vuelta y acabando con la conversación―. Quedaos aquí y no abandonéis el sector.
Papelera parecía asustada, aunque se sobrepuso para intentar proteger a su compañera.
―¡Un momento, PRD, ella no lo decía en serio! ¿Verdad que no? ¿Verdad? ―Miraba alternativamente a PRD y a Celeste, alarmada y desesperada, esperando que alguno de los dos arreglara la situación. PRD, altivo, se había detenido, aunque las miraba por encima del hombro (a propósito)―. Es cierto que tenemos una misión muy, muy importante. Tenemos que ir a la Sala de Transferencias 1 para cumplirla.
―Entonces me gustaría saber cuál ha sido el Programa que se le ha ocurrido encargarte algo así. Debe de tener los datos desactualizados para que crea conveniente confiar de esa manera en ti.
―Ha sido…
Papelera miró a Celeste, en busca de ayuda. Supuestamente, la misión tan importante era la suya, no la de Papelera y no sabía con qué contestar. Además, la crueldad del PRD hacía mella en ella: tenía los ojos ligeramente enrojecidos, como si estuviera a punto de llorar por culpa de las palabras del chico. Incluso se había olvidado de la grave incidencia de Celeste solo para burlarse una vez más de Papelera.
En el caso de que Celeste no se inventara algo o no dijera nada, Papelera sería quien respondería finalmente con algo parecido a una mentira:
―Ha sido el Programa de Diseño del Campo de Juego, el nuevo. Íbamos a verle ahora.
PRD bufaría, como si hubiese esperado una excusa mejor que esa, y no se lo tomaría en serio.
―Por un momento habíais conseguido engañarme. Claro, seguid pensando que hacéis algo útil. Como si cumplir las órdenes de un PDCJ novato fuera importante. Parecéis humanas, perdiendo el tiempo y haciéndome perder el tiempo a mí con estas tonterías ―se quejó, para después añadir―. Venid a verme cuando hayáis terminado con esa tontería. Las dos. Revisaré que no tengáis datos dañados con tanto sobresfuerzo.
Por otro lado, si Celeste daba otra respuesta, PRD les dejaría también marchar. Pero tenía que asegurarse de convencerle mucho, fuera lo que fuera a decir, para que no sospechara que le estuvieran ocultando algo. Y de todas formas, les pediría que regresaran después para revisar sus discos. A través del pinganillo, solo le dijeron un par de cosas:
―No tengo ni idea de qué es lo que ha pasado. No has dicho nada raro. ¿No, Alexis? ―Esta vez le hablaba Diana. La respuesta de Alexis debió de ser afirmativa, porque la chica continuó hablando―. Tal vez deberías disculparte. Déjalo un poco en el aire y pregúntale después a la chica. Por cierto, no te ha dicho su nombre, ¿no? ―No, ni se había molestado.
Puesto que eran consejos que le daban en base a lo poco que sabían, podía decidir si hacerles caso o no. PRD esperaría allí a que se marcharan hacia donde habían dicho, mirando sin disimulo a Celeste.
Finalmente, Papelera, cabizbaja, terminaría de configurar el terminal para dirigirlas a la ciudad y ambas desaparecerían de allí para transferirse a la pantalla del aparato.
La sensación del viaje fue parecida a la de su digitalización desde el mundo real. Y a su espalda, vería el terminal del que había salido.
La ciudad era un espacio inmenso, pero cerrado. Estaba plagada de edificios altísimos, de decenas de pisos, que tocaban el techo que encerraba el cubículo. Y a lo lejos, por supuesto, se veían las paredes que delimitaban todo lo demás. Para acceder a cada planta de los edificios era indispensable usar un elevador, una plataforma más segura que la que había usado desde la Sala de Transferencias 2, con barandilla y desplazamiento más despacio. Además, cada una era manejada por un Programa de Seguridad Vial, que preguntaba amablemente por el destino del viajero.
Había algunos Programas transitando por las calles, pero eran muy pocos. La mayoría no se demoraban mucho en subirse un elevador y seguir su camino. Nadie se entretenía y muy pocos hablaban entre sí. Podían ganarse el título de vecinos más antipáticos de todos los mundos.
Papelera guio a Celeste, sin darse cuenta de que la chica no sabía moverse por allí, hasta uno de los elevadores. Pidió al Programa que les llevara al comedor y, como si de un ascensor con musiquita ambiental se tratase, esperó con paciencia y un silencio incómodo hasta que se hubo completado la subida. Durante el trayecto anterior, no había sabido contestar a Celeste sobre qué ocurría si caían al vacío. En aquel caso, parecía claro que era la forma más rápida de convertirse en puré.
Una vez en la planta, se bajaron en una especie de túnel que accedía al comedor. Hasta entonces, Papelera había permanecido en silencio y cabizbaja, como si no quisiera hablar de lo ocurrido, avergonzada por el espectáculo. Incluso si Celeste le preguntaba, no volvería a abrir la boca hasta ese momento.
―Era el Programa de Reparación de Datos. Él se encarga de ponernos bien, de hacernos funcionales. Cree que no valgo para nada ―aseguró, desanimada.
El comedor tampoco estaba muy lleno. Había varios Programas sentados en los bancos, comiendo o bebiendo, todos solos y ninguno en grupo, y la mayoría trabajando en algo más. De hecho, Papelera señaló a uno en cuestión que había retirado la comida a un lado para enfrascarse en su tableta.
―Ese es quien me lo ordenó. Es un Programa de Diseño del Campo de Juego. No me gustan sus ojos. Le hacen parecer malvado.
Papelera se dirigió directamente hacia él. Era el chico más joven de la sala, no tendría más de trece años. Tenía el cabello rubio, revuelto, y no paraba de pasarse una mano por él para despeinarlo más. Sin embargo, sus ojos no se apartaban de la pantalla, ni siquiera cuando las chicas se acercaron. Las rayas de su uniforme eran amarillas.
―¡Qué rápida, Papelera! ¿Has hecho ya lo que te pedí? ―No levantó la mirada de lo que estaba haciendo, por lo que no parecía haberse dado cuenta de la presencia de Celeste. Y de repente, musitó para sí mismo―. Pintura. Necesito más pintura. Tienen que quedar todos muy manchados de pintura.
PIB, amablemente, le enseñó el uso del terminal para que indicara como destino la ciudad, cuando hubieron acabado las conversaciones y cada uno hubo decidido hacia dónde quería ir. A pesar de su sonrisa cálida y agradable, podría notar que estaba un poco molesta de que no fueran todos más curiosos, ya que solo uno había mostrado interés por el programa. Terminó de configurar el aparato, y junto a Lyon, ambos desaparecieron de allí.
La ciudad era un espacio inmenso, pero cerrado. Estaba plagada de edificios altísimos, de decenas de pisos, que tocaban el techo que encerraba el cubículo. Y a lo lejos, por supuesto, se veían las paredes que delimitaban todo lo demás. Para acceder a cada planta de los edificios era indispensable usar un elevador, una plataforma más segura que la que había usado desde la Sala de Transferencias 1, con barandilla y desplazamiento más despacio. Además, cada una era manejada por un Programa de Seguridad Vial, que preguntaba amablemente por el destino del viajero.
Había algunos Programas transitando por las calles, pero eran muy pocos. La mayoría no se demoraban mucho en subirse un elevador y seguir su camino. Nadie se entretenía y muy pocos hablaban entre sí. Podían ganarse el título de vecinos más antipáticos de todos los mundos.
Tendría que despedirse allí de Lyon, puesto que este quería ir a la base del PSC y tendrían que coger elevadores diferentes. Por suerte, no fue muy difícil moverse por allí. Solo tuvo que subirse a una de las plataformas, informar al PSV de quién era (o mejor dicho, qué Programa era) y cuál era su destino.
Si preguntaba a dicho Programa sobre si había habido algún incidente en el comedor, descubriría que el PSV estaba sorprendentemente bien informado para, supuestamente, no haberse hallado presente.
―Nada fuera de lo normal. Un reinsertado se ha puesto chulito con un puro, este se ha enfadado y ha habido bronca. Me han dicho que para cuando llegó un PSC, ya había corrido la sangre.
El Programa describiría al chico problemático como un niño rubio. Blanco y en botella.
El elevador subió hasta un pequeño túnel que desembocaba en el comedor. Había mesas (de las que tienen esos horribles bancos) por todos lados, y varios paneles en las paredes donde pedir la comida y la bebida. Había varios Programas almorzando, en solitario y, aparentemente, sumergidos en sus asuntos. Sin embargo, Neru se daría cuenta de que un par, de vez en cuando, miraba de reojo al único niño rubio presente en la sala, quien ignoraba ser objeto de atención y estaba enfrascado en su tableta, manejándola con gran habilidad. Aunque no tenía restos de sangre.
Para entonces, ya se le habían adelantado. Un par de chicas estaban a su lado, intentando conversar con él. Una llevaba las líneas verdes y la otra, blancas. Esta última tenía una expresión muy triste, como si le hubieran ocurrido muchas desgracias, y trataba de no mirar directamente al niño rubio.
Mientras se acercaba e iba focalizando sus voces, alcanzaría a escuchar decir al niño algo sobre una pintura.
―No, yo… No lo he encontrado… ―Escuchó Neru que decía la chica de rayas blancas y pelo lila.
El niño rio entre dientes y fingió meditarlo. Para Celeste y Neru, resultó muy obvio que le estaba tomando el pelo a Papelera. Esta, en cambio, se creía todas y cada una de las palabras que salían de su boca.
―¡Ay, pero qué despistada eres! Seguro que te has equivocado y te has ido a la Sala de Transferencias 2. Pues yo te dije la Sala de Transferencias 1, ¿recuerdaaaas? No te culpes, porque de la uno a la dos, pues, ya sabes, no hay mucha diferencia. Seguro que allí lo encuentras. Que no se te olvide esta vez, es el archivo XXX.rar. Pregunta a todo el que veas, no te cortes. Después de que lo hagas, tú vuelves y yo te doy otra tarea, y así sucesivamente. Tarde o temprano alguien verá que tienes mucho potencial… como exploradora.
―Creía que era la dos. Estoy… ―Fuera lo que fuera a decir, se arrepintió y calló―. Yo, esto, gracias. Siento estar tardando tanto. Lo haré, te lo prometo. Te demostraré que soy útil. Esta chica se ha ofrecido a ayudarme.
Por fin, el niño levantó la mirada. Se fijó tanto en Celeste como en Neru, especialmente en este último, a quien le enarcó una ceja.
―¿Y estos quiénes son?
Papelera tampoco se había dado cuenta de la presencia de Neru hasta que el chico no lo había hecho notar. Le observó con curiosidad y, al percatarse ella misma de lo que estaba haciendo, agachó la cabeza con vergüenza y esperó a que ambos aprendices se presentaran al niño. Si Neru preguntaba por ella, Papelera le diría su nombre.
―¿Queréis algo? Ah, ya entiendo ―Miró brevemente a su pantalla y se dirigió a Neru―. Tú eres un nuevo PDCJ. Me acaban de informar. ―Señaló con la cabeza a su tableta―. Bienvenido a bordo, compañero. Espero que no seas uno de esos estúpidos puros arrogantes, porque con uno al día tengo mi cupo completo. Siéntate ―le ofreció, a su lado.
No obstante, en cuanto Neru aceptara o rechazara la invitación, el niño se levantaría. Parecía contento y animado, al contrario que como se había mostrado con Papelera. No hablaba a Neru con ningún matiz de superioridad, sino de igual a igual.
―¿Quieres algo de beber? Yo invito. ¿Red Program o Red Cow?
En caso afirmativo, iría a uno de los paneles para encargar una bebida para Neru y otra para él. Luego, volvería para ofrecerle a su compañero la que había pedido y tomaría de nuevo asiento, con naturalidad. Para entonces, ya se habría olvidado de Papelera (y de la pobre Celeste, si no había intervenido más).
―¿Estás trabajando ya en algo? Yo estoy a punto de terminar un nivel espectacular. Está basado en una lucha campal entre equipos, con pistolas de pintura y obstáculos móviles en el terreno. Estoy deseando testearlo, aunque no sé si me dejarán hacerlo yo mismo. Sería el rey de ese juego ―sentenció, satisfecho, con una sonrisa franca.
Esperó la respuesta de Neru, que para entonces debía de haber acumulado unas cuantas preguntas. Y muy pocas referentes a ese nivel espectacular.
―¿Quieres que nos vayamos ya a la Sala de Transferencias 2? ―le preguntó de repente Papelera a Celeste, incómoda por la amigable situación que se había creado entre los PDCJ―. Ahora yo también tengo algo que hacer allí. Lo podemos hacer juntas.
La pregunta de Papelera supondría seguir con el viaje. Salvo que Celeste quisiera hacer algo más allí, su siguiente destino era la próxima terminal y la Zona de Prácticas 1. Podía detenerse un poco más, consultar con Diana y Alexis o simplemente continuar.
PIB estuvo encantada de responder a las dudas de Saxor. De hecho, se sentía muy halagada de haber conseguido despertar el interés con su introducción.
―Necesitamos alrededor de una semana de terapia continua para lograr un resultado exitoso. A veces, más, dependiendo del sujeto y, muchas veces, de su lugar de origen. Algunos humanos no han visto ni un botón en su vida ―sonrió más, para remarcar el chiste―. Lo siento, no puedo decirte el número exacto, me lo tienen prohibido. Ahora que vais a entrar en la base, conviviréis con muchos puros y reinsertados. Nuestra política establece que deban tratarse por igual a ambos y no hacer distinciones. El pasado no importa, sino la funcionalidad en el presente.
»Entre vosotros y yo, tampoco debería deciros nada sobre los que están actualmente en proceso de reinserción, pero hablaré de más y diré que ahora hay tres. Es un tema complicado. Y por ahora, estamos satisfechos de anunciar que no existen fallos en el método. Ningún humano ha resistido nuestro programa.
Para ellos, en cambio, era una noticia nefasta. Si Akio había sido ya reconfigurado, ¿qué iban a hacer?
―¿Tenéis alguna otra duda?
No, al parecer. PIB se sintió decepcionada de que solo uno le hubiera hecho preguntas. Sin embargo, con la amabilidad que le caracterizaba, fue enseñándoles uno por uno a usar el terminal para acceder a la zona que quisieran. Ninguno quiso tampoco hablar con Recursos Humanos.
Cuando Saxor pidió a Hime que le acompañara a las celdas, esta se mostró entusiasmada.
―¡Claro, voy contigo! Prometo no agrandarme esta vez. Me gusta mi tamaño natural ―le aseguró. Si se dio cuenta de la tartamudez del chico, no preguntó por ella―. Akio estará ahí. O puede que no…
Al llegar su turno, PIB configuró el terminal para dirigirles a las celdas y ambos desaparecieron de allí, con el mismo resplandor con el que habían sido digitalizados.
En las celdas había… pues eso, celdas. Saxor y Hime llegaron a un largo pasillo, que se bifurcaba a su vez en otros. A ambos lados, había puertas blindadas con paneles a su izquierda para autorizar o denegar la apertura de cada una. A su vez, las puertas tenían una pequeña ventana con barrotes al nivel de la cabeza y una fina obertura alargada a los pies, por donde pasarían la comida.
A la derecha, antes de comenzar el pasillo laberíntico, había un pequeño garito que custodiaban dos Programas. Ambos, en sus uniformes grises, tenían líneas de luz verdes, como las de Saxor y Hime. Les echaron un vistazo por curiosidad y, al reconocerlos como compañeros, uno perdió el interés y el otro se acercó a ellos para recibirles.
―Hola, ¿os puedo ayudar en algo?
―¡Hola, encantada! Acabamos de llegar y PIB nos ha dicho que viniéramos aquí ―abrevió Hime.
―Bienvenidos. Como podréis comprobar, los nuestros no tienen mucho trabajo. PRU es un lugar bastante seguro gracias a los PSC y no hay rebeliones, ni levantamientos, por sorprendente que parezca.
―Jo, qué pena, no me habría venido mal un poco de acción ―se lamentó. Parecía sincera―. ¿No hay nada que podamos hacer?
El carcelero intercambió una mirada con su compañero, que se encogió de hombros.
―Podéis seguir visitando la base del PRU. La instructora está haciendo una visita a la base del PSC y no volverá hasta dentro de un rato. Cuando os reunáis con él, os asignará vuestras tareas y funciones. Mientras tanto…
―¡O pueden darles de comer a los reos! ―sugirió el compañero.
―Solo si queréis. No es nada complicado.
Hime tomó la palabra por Saxor y aceptó. Ambos guardias se presentaron como un PRD y un PDU, respectivamente, como lo eran Hime y Saxor. Les dieron dos bandejas tapadas, supuestamente con comida dentro, para que las llevaran a las celdas 31 y 34. Y si tenían alguna otra pregunta, sobre la base o la prisión, podían preguntarles (cualquiera diría que estaban muy aburridos). Les indicaron cómo llegar adonde querían ir y, de paso, cómo ir a la Zona de Prácticas 2, por si les apetecía continuar con el recorrido.
Al acabar, Hime se despidió de ellos y, junto a Saxor, continuaron el camino hacia las celdas 31 y 34. Ambas estaban en el mismo pasillo, pero había una considerable distancia entre una y otra. Hime dejó la bandeja que cargaba ella en el suelo y, de puntillas, echó un vistazo por los barrotes de ambas.
―No está ―le susurró, desilusionada―. No es ninguno de ellos. Eso significa que… que ha sido reinsertado, ¿no? Que Akio se ha convertido en…
―¿Akio?
La voz llegaba desde la celda 34. Por los barrotes, se asomó la cara de un extraterrestre azul, con forma de oso, que les miraba sonriente y con alegría, como si estuviera viendo a unos viejos amigos.
―¡Yo le conozco!
―¿En serio?
―¡Sí!
―¡Qué bien! ¿Y dónde está?
―¡Aquí, conmigo!
Hime volvió a desinflarse. Ya había echado un vistazo a la celda y no había nadie más dentro de ella, solo el extraterrestre-oso. Pensó que estaba loco o que se había estado burlando de ella. No obstante, algo en su mirada ilusionada le llevó a comprobarlo. Volvió a asomarse entre los barrotes y soltó un gritito.
―¡Saxor, ven a ver esto! ¡Tiene razón, está aquí!
Al asomarse, Saxor vería a qué se refería, gracias a que el oso se había puesto a un lado de la pared para señalárselo: grabado con algún objeto punzante, alguien había escrito Akio 89135.
―Estuvo aquí. Akio estuvo aquí ―tarareó, contenta de haber conseguido una pista―. ¿Y ahora, qué? ¿Dónde está? Debe de haber algún registro donde indique qué pasó con él…
En otro reo, el de la celda 31, guardaba silencio. Si Saxor se asomaba por las rejas, vería quién era: un hombre serio, agazapado en un rincón, que le miraba desafiante.
Allí tenían la prueba de que Akio había ido a parar a Espacio Paranoico, sin ninguna duda. Pero cuál había sido su destino… era algo que tendrían que averiguar.
PIB, amablemente, le enseñó el uso del terminal para que indicara como destino la ciudad, cuando hubieron acabado las conversaciones y cada uno hubo decidido hacia dónde quería ir. A pesar de su sonrisa cálida y agradable, podría notar que estaba un poco molesta de que no fueran todos más curiosos, ya que solo uno había mostrado interés por el programa. Terminó de configurar el aparato, y junto a Neru, ambos desaparecieron de allí.
La ciudad era un espacio inmenso, pero cerrado. Estaba plagada de edificios altísimos, de decenas de pisos, que tocaban el techo que encerraba el cubículo. Y a lo lejos, por supuesto, se veían las paredes que delimitaban todo lo demás. Para acceder a cada planta de los edificios era indispensable usar un elevador, una plataforma más segura que la que había usado desde la Sala de Transferencias 1, con barandilla y desplazamiento más despacio. Además, cada una era manejada por un Programa de Seguridad Vial, que preguntaba amablemente por el destino del viajero.
Había algunos Programas transitando por las calles, pero eran muy pocos. La mayoría no se demoraban mucho en subirse un elevador y seguir su camino. Nadie se entretenía y muy pocos hablaban entre sí. Podían ganarse el título de vecinos más antipáticos de todos los mundos.
Allí se despidió de Neru, puesto que este quería ir al comedor y tenían que coger elevadores diferentes. No le fue difícil orientarse, solo tenía que subirse a un elevador y decirle al Programa de Seguridad Vial quién era y hacia dónde iba. La subida fue un continuo palique por parte del Programa:
―Vaya, así que tú eres un PSV también ―hizo notar―. ¿A qué zona estás asignado? No te había visto hasta ahora. He tenido un día espantoso, ¡pero qué te voy a contar! La mayor parte de los Programas nos tratan como a columnas, que les llevan allí donde tienen que ir, y poco más. Estoy un poco harto de ellos, podrían intentar ser educados, contarme algo o darme conversación, pero no, ellos a lo suyo. Algunos son más amables, claro. Antes me han contado una cosa de lo más interesante, aunque puede que ya te hayas enterado: ha habido una pelea en el comedor. Sí, sí, como lo oyes ―reiteró, como si Lyon no fuera a creerle―. Un puro y un reinsertado han empezado a discutir, y por lo que me han dicho, ¡el reinsertado le ha dado un puñetazo! ¡Ja, ja, habría dado lo que fuera por estar presente! El PSC le ha salvado el culo y por poco manda al chico a las celdas. Se ha salvado por los pelos con una sanción, aunque no me preguntes de qué. Pocas cosas así de emocionantes pasan por aquí, ya sabes.
»Por cierto, ¿para qué vas a la base del PSC? Te convendría mantenerte alejado de ellos. Son unos chulitos, ni te dejarán pasar a su santuario. Si no formas parte de la seguridad, ¡no eres nadie! Ese es su lema.
A pesar de su opinión, le llevó hasta donde había pedido y allí le dejó, en una de las plantas más altas de toda la ciudad. Al bajarse, aparte de ver la tremenda caída que tendría si soplase el viento, había un portón enorme impidiéndole el paso. En el centro, vería un panel donde le pedía una identificación para acceder al recinto. El símbolo sobre la pantalla era el de un círculo, dando a entender que debía poner su disco de identidad sobre él para que lo escanearan.
Justo cuando tenía que decidirse entre entrar o no, alguien salió. La puerta se abrió y se cerró a la espalda de una chica joven, de cabello negro y con el repetitivo traje gris, con líneas verdes.
Se detuvo frente a Lyon y le soltó:
―¿Qué miras?
Parecía enfadada, aunque no necesariamente con el muchacho. Siguió dándole cizaña, descargándose sobre él. Resultaba un poco chocante porque, a pesar del evidente enojo, no expresaba rabia o ira, sino que lo decía todo con cara neutra y cejas ligeramente inclinadas.
―¿Quieres entrar? Olvídalo. Tu uniforme te delata. No eres uno de los suyos, se reirán de tu asquerosa función y te echarán a patadas. Ellos, que son la seguridad de la ciudadanía, son los que mandan y los que más importan. Tú y yo no somos nada en comparación. Somos prescindibles. El PRU solo se mantiene gracias a ellos. Dáselas cuando les veas.
Una vez estuvo todo dicho, llamó a un elevador y esperó. Lyon podía pararla para preguntar por su experiencia o dejarlo pasar y entrar. Pero, ¿era una buena idea…?
Entonces, el portátil que le había dado Simon brilló de repente. Tenía una llamada entrante. Parece que, aparte de mapa, podía servir también para comunicarse con el hombre en el mundo exterior. Lyon podía esperar a encontrarse solo para responder, ya que el mensaje de Simon sería audible para cualquiera que estuviera cerca, aunque era breve:
―Eh, chaval, ¿me oyes? Tenéis problemas. Y gordos. He estado trasteando este cacharro y, aparte de vuestra transferencia, alguien más entró en ese mundo digital un poco antes. Y no desde aquí. No sé rastrear señales, pero solo se me ocurre otro lugar desde donde puedan mandar gente a Espacio Paranoico...
Guilmon se quedó solo, con PIB y Recursos Humanos. Cuando hubo despedido al último de los aprendices, PIB borró su sonrisa y suspiró, como si estuviese muy cansada.
―Cada vez son más…
Se interrumpió al ver a Guilmon. Al parecer, había olvidado que estaba allí.
―… más encantadores. ―Sonrió de nuevo.
Guilmon preguntó por Asignación de Funciones y PIB, al principio, no supo qué responder. Intercambió una mirada con Recursos Humanos, que no parecía interesado en nada, y preguntó dulcemente:
―Esto es Asignación de Funciones. Recursos Humanos se encarga de recolocaros y daros un brillante futuro en la base del PRU. Pero, ¿cómo sabes eso, pequeño? ―Curiosamente, la anciana no era mucho más alta que Guilmon―. ¿Dónde lo has escuchado?
Independientemente de lo que respondiera, PIB asentiría, con encanto, y se acercaría a Guilmon.
―Tienes curiosidad, como tu amigo cuando me preguntó. No pasa nada, eso es totalmente natural. Puedo hacerte una pequeña guía, aunque no podrás ver mucho.
PIB le invitó a que la siguiera, dejando atrás a un Recursos Humanos que no les quitó el ojo de encima, a pesar de su aparente aburrimiento. La anciana abrió una de las puertas de la pared de la izquierda, que daba lugar a un largo pasillo con más puertas, a su vez. Lo recorrió despacio, mientras hablaba, con Guilmon por detrás.
―Verás, esta zona está restringida para los Programas puros o los reinsertados, debido a que aquí pasan sus primeros días los humanos que necesitan reinsertarse. Es un proceso delicado y complejo, por lo que nadie no cualificado debe intervenir. Ahora mismo tenemos a tres. Es una buena cifra y vamos aumentándola día a día.
Llegaron hasta una pared de cristal, a través de la que se veía a un extraterrestre similar al Programa de Seguridad Ciudadana con el que se habían encontrado. Estaba tendido sobre una cama metálica, durmiendo, pero conectado a unos cuantos cables delicados. Al otro lado de la habitación, se hallaba un disco de identidad similar al que llevaban todos a su espalda, brillando durante su recepción de datos.
―Me temo que ya no puedo llevarte más allá. Los humanos, cuando llegan, están confusos y perdidos. Puede ser peligroso. Algunos son muy violentos. Hace unos días, tuvimos uno especialmente… así.
PIB miró fijamente a Guilmon, como si estuviese planeando algo. Hasta que descubrió el pastel.
―Por supuesto, no hay nada que temer si nos mantenemos en las zonas seguras. Tenemos un protocolo de seguridad estupendo, que hemos copiado precisamente del Protocolo 110 del PCM. ¿Sabes a cuál me refiero?
A pesar de proceder de Espacio Paranoico, a Guilmon no le sonaría de nada ese Protocolo 110. Sin embargo, las intenciones de PIB parecían muy claras: le estaba probando.
Fecha límite: 18 de septiembre.