—Mhm... Eso de que todos hayan visto exactamente lo mismo es bastante extraño. Quizás sería conveniente que visitáramos al loquero, quizás tenga algo más de información sobre todo esto...
Akio asintió, convencido de que aquella escena era de todo menos natural, aunque procediera de la pobre mente rota de un grupo de aldeanos yendo de camino al manicomio. Avanzó por las calles, esperando que Neru le siguiera.
Tenían asuntos pendientes con el director del destino de aquella gente.
Tardaron un rato largo en llegar al lugar donde algunos de los aldeanos le habían indicado, dado que muchos otros los habían esquivado o negaban saber dónde vivía o trabajaba aquella persona, de nombre Monsieur D'Arque. Quien más les ayudó fue un anciano que les aconsejó que tuvieran mucho cuidado con aquel "energúmeno", si no querían acabar encerrados en el loquero.
Eso sí, por culpa del silencio de unos y las malas indicaciones de otros, acabaron llegando a las propiedades de su objetivo al ponerse el sol.
—Todo parece indicar que no es una persona bastante admirada por la aldea —bufó Akio, avanzando a la entrada de aquella casa—. Bueno, cuando antes terminemos con él podremos...
Entonces, el maestro se detuvo, y evitó que Neru avanzara si no se había dado cuenta, y se giraría hacia él para hacerle un gesto, tal y como si estuviera cerrando su boca con una cremallera. Luego, le señalaría con un dedo para que se acercaran a la ventana más cercana. Akio avanzó semi-agachado y escuchó, junto a Neru, dos voces procedentes del interior de la casa.
—Ha llegado a mis oídos que el carro que transportaba a nuestros nuevos pacientes ha tenido un... accidente —la primera voz resultaba ser gangosa y adulta, la de un hombre ya entrado en edad—. ¿Quizás haya sido obra tuya?
—¿Por qué habría de serlo?
Neru comprobó que Akio apretaba los nudillos, y su mirada se perdía en una expresión un tanto desconcertante para el aprendiz. Parecía cabreado.
Muy, muy cabreado.
—Shinju —susurró, apretando los dientes—. La ilusionista de Bastión Hueco —explicó a Neru, si no sabía de quién estaba hablando—. Esa gente está así por su culpa, maldita sabandija...
Akio se vio interrumpido por la pobre risa del hombre que acompañaba a la mencionada Shinju.
—Llamar la atención, quizás.
—Oh, parece que lo has adivinado —respondió la voz femenina, bastante joven de hecho, pero con un deje desagradable y sarcástico—. Bravo.
—Verás, no me conviene en absoluto que mi reputación siga cayendo en picado, y más por tus juegos. A pesar de la gran suma de dinero que me ofreciste, todavía no entiendo tus intenciones.
—¿Y eso qué le importa a usted?
—Morbosa curiosidad. Y como he dicho, mi reputación, por supuesto.
Hubo un escueto silencio durante los siguientes segundos. Sin embargo, Shinju resopló y confesó:
—Mi intención es aplastar a un chucho pulgoso.
Neru comprobó que Akio se revolvía en el sitio. Con la mirada perdida en el odio, sus ojos ardían de furia.
Entonces, Neru sintió un leve cosquilleo en su cuello. Al girarse de manera irremediable, su mirada se encontró con la de dos ojos puntiagudos y fríos, y una lengua que siseaba para mostrar luego sus fauces, amenazando dos veces con descuartizar su rostro. Sintió que aquella cobra procedente de la nada comenzaba a abrazarse a su cuello con el objetivo de estrangularlo. Neru no podría pensar qué demonios hacía un animal tropical en medio de un pueblo francés, no pensaría cómo deshacerse de ella. Estaba paralizado por el miedo, y comenzaba a ahogarse.
De repente, una bocanada de fuego rodeó a Neru y el chillido de la espantosa serpiente retumbó en sus oídos, escuchando su cascabel perdiéndose en la distancia. Cuando Neru volvió a abrir los ojos, tal fue la sorpresa de que la cobra había desaparecido. Es más, no sentía dolor alguno tras el intento de estrangulamiento. Y si respiraba con dificultad era por el susto que había recibido.
No había rastro de su existencia.
Akio, por su parte, se había levantado del sitio y miraba hacia el interior de la casa, con Llave-Espada en mano, aunque por su estatura sería complicado para el acompañante de Shinju verla y más diferenciarla en la oscuridad, pues ya estaba anocheciendo.
—Nunca cambiarás, maldita rata de alcantarilla —expresó Akio, echando chispas—. Siempre jugando sucio y yendo por el eslabón más débil.
—¡Oh, me has pillado! —cantó Shinju con voz infantil. Si Neru se levantaba, comprobaría que vestía con sus atuendos rosados y estaba sentada sobre la mesa de aquella sala iluminada por dos velas pobremente gastadas. A su lado, el anciano de aspecto deteriorado y piel amarilla observaba, en silencio, la escena— ¿Desde cuándo te importan los débiles?
—Desde que me hice maestro y me di cuenta de que tengo aprendices de los que hacerme cargo —confesó, más serio que nunca—. ¿Quién ha sido el imbécil que te ha dado el Título, eh?
—Ah, parece que te lo han chivado —sonrió, satisfecha, la niña—. No te importa quien me lo haya otorgado o no, lo gané yo misma. ¿Tienes algún problema al respecto?
Shinju observó a Neru y soltó una pequeña risa.
—Que te hayas asustado con esa inocente criatura, ¡qué patético eres!
—Neru, busca a tus compañeros o a Lyn, e informa de la situación —ordenó de pronto Akio.
—Oooh, ¿sabes que no lo dejaré marchar tan fácilmente, verdad? —dijo Shinju, cruzando sus piernas encima de la mesa observando a Neru como si se tratara de un animal salvaje habiendo localizado a su presa.
—Haz lo que te digo —insistió el maestro, poniéndose en guardia—. Yo te cubriré.
Era el momento de tomar una decisión. Aquella maestra de Bastión Hueco parecía un hueso duro de roer. Sus intenciones, aún algo confusas para Neru, estaba dirigidas a hacer el mal en la gente de la aldea. Nada tenía que ver con su misión, pero... ¿iban a dejar que Shinju hiciera lo que le viniera en gana? Es más, ¿qué ganaba con ello?
Neru tenía tres opciones: la primera era hacer caso a Akio y salir corriendo en busca de ayuda. La segunda, quizás la más peliaguda, era pedir explicaciones a Shinju y entender qué diantres pretendía haciendo sufrir a inocentes. O puede que al director del manicomio, que permanecía en su sitio, pero con las uñas clavadas en la butaca. Estaba claro que no se esperaba una batalla campal en medio de su casa sólo por hacer negocios con una pequeña bruja.
La tercera, era unirse a Akio y acabar con ella.
Pues, estaban en guerra, ¿no?
Bella dejó que ambas extranjeras hablaran entre ellas. No le molestó en absoluto que discutieran en voz baja si quedarse con ella o no. Parecía ser una doncella bastante inocente y buena. Cuando las dos muchachas aceptaron la invitación, Bella sonrió de oreja a oreja, con un rostro lleno de vida y unos ojos iluminados por algo tan simple como aceptar que la acompañaran a casa.
—¡Gracias! —tras la pregunta de Jeanne, miró su ejemplar y lo abrió para mostrarle un bonito lienzo entre las páginas llenas de texto, donde un apuesto joven se agachaba a una fuente en medio de un jardín lleno de rosas para llamar la atención de una hermosa doncella de cuento— Trata de un príncipe que se enamora de una doncella que conoció cuando paseaba por sus propiedades. Pero tras pasar un tiempo con ella, recibe la inesperada visita de una bruja que reclama su amor. Al rechazarla, es condenado a una maldición y... ¡oh, perdonad! ¡No me gustaría contaros el final!
Rió junto a ellas y cuando escuchó la pregunta de Kairi, le respondió con la misma sonrisa, preciosa y honesta:
—De todo tipo, pero siempre me han fascinado los libros que tratan de aventuras. Y de lugares lejanos, pues nunca he salido de mi aldea. ¡Pero si todo sale bien en la feria de este año, pronto podré salir de aquí junto a mi padre!
>> ¡Oh! ¡Ya estamos aquí!
—Serviros, estáis en vuestra propia casa.
La casa de Bella y su padre era muy bonita y pintoresca por fuera, con sus animales de granja, el pasto verde y la flora de alrededor, no muy lejana al bosque. Y por dentro, el hogar de la mujer embriagaba por su calidez. Les ofreció asiento en medio de la sala de estar y cuando volvió de la humilde cocina trajo consigo pastas y té caliente.
—¿De dónde venís? —preguntó, impulsiva— Lo siento, es sólo que... os veo a vosotras, tan jóvenes, y pienso que no es tan absurdo que yo pueda salir de este lugar a ver mundo junto a mi padre. Las mujeres de por aquí sólo están interesadas en casarse y tener hijos. A mí... me gustaría tener aventuras, antes de que fuera demasiado tarde para vivirlas. Me entendéis, ¿verdad?
La tarde se presentaba bastante agradable para las dos aprendizas. Tomando té y pastas con una compañía tan especial, podían olvidarse de su misión y preguntarle a Bella sobre su vida, si estaban interesadas en saber sobre ella y su padre. También tendrían la oportunidad de irse cuando quisieran, pero parecía que ambas estaban preocupadas por la seguridad de la muchacha.
La jugada había sido arriesgada, pero bastante efectiva.
El primer sincorazón, quien era referido por Saito como el que le había atacado por la espalda no pudo evitar el tajo de Saito tras ser abrazado mortalmente por su propia sombra. Sin embargo, no fue suficiente para acabar con él, aunque parecía estar ya en sus últimas.
Por otra parte, el hechizo de luz que había proyectado contra el sincorazón aturdido dio de pleno en su figura, desvaneciéndose en la oscuridad.
—Vaya, vaya —dijo Ariasu desde su posición, silbando de gozo—. No está nada mal, Saito.
Pero aquello todavía no había terminado. Aunque Saito se había alejado del enemigo, éste se lanzó con rapidez contra él en cuanto las fauces de su sombra hubieran desaparecido, sin darle tiempo al aprendiz a reaccionar y esquivar el ataque, una poderosa estocada que logró alcanzar su pierna derecha. No lo había dejado cojo de milagro, pero le sería difícil contraatacar si pretendía avanzar hacia él a la carrera.
El sincorazón se apartó, de pronto, cuando un sonido inquietante resonó en medio de aquel paraje. Ariasu y Saito también pudieron escucharlo. Aullidos lejanos, agonizantes, que ponían los pelos de punta. Por alguna razón, el sincorazón alternó sus ojos amarillos entre Saito y el origen de aquella llamada salvaje, en dirección al bosque.
Era la oportunidad perfecta para acabar con él.
El lobo recibió varios golpes de Fátima encontrándose indefenso, aunque no permitió dejarla escapar junto con su anterior presa sin antes vengarse de su herida. La aprendiz recibió un mordisco certero en el antebrazo izquierdo, y aunque había logrado quitárselo de encima con otro golpe, el daño estaba hecho y la herida, aun poco profunda, era horrible. La muchacha sintió como la oscuridad penetraba en sus entrañas y le hacía daño, mucho daño. Sin embargo, sacó las fuerzas necesarias para moverse y agarrar al viajero extraviado, gritándole si había algún camino por el cual escapar de la amenaza de los lobos. Un par de aullidos más, terriblemente cercanos, hizo que el señor se levantara de inmediato y corriera con Fátima, por muy sorprendido que estuviera con ella y sus armas.
—¡Por aquí! ¡Rápido, rápido! —inquirió el anciano, observando con espanto el brazo de la muchacha.
Los dos corrieron, escuchando a sus espaldas el terrible rugido de algo que no parecía animal.
Y luego un espantoso llanto que se perdió en la lejanía.
Los dos se escondieron en los huecos de un frondoso árbol, ocultos gracias a sus enormes ramas y a la falta de luz, pues ya comenzaba a anochecer y hacerse notar en el interior de aquel paraje. Se escuchaba a los búhos cantar y a algunos otros animales que los acompañaban. Si no fuera por el peligro inminente, incluso el sonido de la naturaleza en aquel instante sería relajante.
—Muchacha, ¿te encuentras bien? —el señor se agachó a ella y se arrancó una trozo de tela de sus ropas, intentando ayudarla para hacer un torniquete a su brazo— Lo siento, si no fuera tan viejo y torpe podría haberte ayudado con esa bestia. ¡Diantres! ¡Y encima he perdido a Philippe...!
Sacó de sus ropas una cantimplora, ofreciendo agua a Fátima. Mientras ella decidía beber o no, el hombre se sentó a su lado y comprobó un mapa que traía consigo.
—Gracias —dijo de pronto, nervioso—, por salvarme la vida. No he tenido la oportunidad de dártelas. Me llamo Maurice, y en toda mi vida, jamás, había visto nada igual —señaló las armas de Fátima, y en consiguiente la espada gigante en forma de llave. Sin embargo, ésta ya se había desvanecido. El viejo ojeó dos veces ambas manos de la mujer, y resopló, como arrepentido—. Oh, ¿es posible que la hayas perdido? Lo siento mucho, ha sido todo culpa mía. ¿Podría saber vuestro nombre para recordar el nombre de mi salvadora? Es increíble que una mujer sepa manejarse tan bien con las armas. Cuando se lo cuente a mi hija no se lo va a creer...
Maurice parecía un hombre campechano y bonachón. E inocente, lo cual le resultaría fácil a Fátima ocultar su legado, al menos de momento. Escucharon un par de aullidos más, pero era bastante difícil saber si era la misma llamada de aquella bestia o si resultaban ser simples lobos corrientes. El caso es, que habían logrado despistar a la manada a tiempo.
Aunque puede que quedarse durante mucho tiempo en aquel sitio fuera mala idea. ¿O no? ¿Sería conveniente salir del bosque? ¿O recuperar fuerzas y descansar, esperando que amaneciera? ¿La oscuridad sería un punto a favor, o en contra?
Fecha límite: sábado 5 de agosto a las 15:30