—¿Qué haces? —preguntó cuando le cogió de la manos.
—Llévame hasta la playa, porfa.
Sonrió ante su risa y caminó despacito por el agua, arrastrandola hacia la orilla. Era algo simple, sencillo y casi cotidiano, que le supo tan dulce como el azúcar. Sintió escalofríos cuando se fue acercando a tierra y el aire tocaba en la piel mojada, pero dio gracias a que el sol estaba alto y calentaba mucho. Se sentía adolorido después de haberse relajado tanto, pero pensó que estaría bien tomarse el resto del día libre, si no podían más. El estómago también le rugía de vez en cuando.
Al llegar a la hierba se sentó junto a Fátima y estiró las piernas, apoyando las manos tras el cuerpo para quedarse ligeramente de cara al sol. Exhaló un suspiro de cansancio notando cómo las gotitas de agua resbalaban por su cuerpo. bajó la vista al sentir la caricia de ella en la mandíbula y sonrió suavemente.
—Deberías dejarte más barba.
Malik alzó ligeramente las cejas y se tocó la cara él mismo, pensativo.
—¿Tú crees?
Nunca se había dejado barba, al menos no durante un tiempo prolongado, aunque tenía edad para hacerlo si le daba la gana sin parecer un petimetre.
—Te quedaría de fábula.
Ensanchó su sonrisa y le acarició el pelo a la muchacha, apartando los mechones húmedos de la frente. Estaba preciosa, así tan lánguida y relajada en su regazo. Recordó entonces, casi sin darse cuenta, cómo hubo un tiempo en el que no pensó que una mujer pudiera llegar de esa forma al interior de su corazón y su mente, un tiempo en el que no dejaba a nadie atravesar su escudo…
«He cambiado un poco gracias a ella, ya no soy tan frío, ni tan solitario».
Ya no intentaba alejarse a propósito, buscaba arreglar sus problemas. Eso era algo que el antiguo Malik no hubiera hecho ni intentado. No todo se lo debía a Fátima, claro, pero tenía mucho que agradecerle. Ella había derretido el hielo de su alma, por más mala metáfora que fuera. Al sentir su abrazo espontáneo rodeó instintivamente su cuerpecito con los brazos, tan ligero y cálido como siempre era, y se sintió completo.
—Gracias por confiar en mí. No sabes lo mucho que significa.
Pensó en sí mismo hacía casi tres años, en lo solo que estaba, lo arisco que era, lo egoísta… Negó débilmente con la cabeza y la apretó contra sí, susurrando en su oído:
—Sí que lo sé…
Le acarició la mejilla con la nariz, con los ojos cerrados y los dedos hundidos en su pelo y besó bajo la oreja y en el cuello, sin dejar de abrazarla mientras ella se recostaba contra su pecho.
—Entonces, ¿quieres que mañana sigamos practicando?
—Claro.
No faltaba mucho tiempo para que pudiera estar a un nivel decente de combate real. En todas sus misiones se había quedado ligeramente atrás, pero nunca más. Quería ser un escudo impenetrable, una auténtica muralla para la Orden, alguien en quién poder confiar de verdad. Quería llegar a ser bueno, uno de los mejores, alguien con nombre… Quería que Fátima, los maestros y algún día su propio hermano estuvieran orgullosos de él.
Contempló el lago, cuya superficie más honda parecía rizarse de vez en cuando y besó el pelo de Fátima, distraído. Quién sabía qué podía conseguir si continuaba trabajando duro. Por su parte no pensaba rendirse, nunca.
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