—¿Sabes si hay algún sitio donde pueda… alojarme? —preguntó entonces Daliao, todavía de pie.
Asentí con la cabeza, todavía muy débil, antes de que llegara aquel misterioso hombre de buen ver, acompañado por dos soldados con armaduras. Pareció reconocerme a mí, pero no a Daliao, y no podía decir que el sentimiento fuera recíproco porque para mí él no era más que un desconocido. Nos ofreció hasta alojamiento, y aun así, seguía extrañada porque me conociese. Igual se trataba de alguien con el que tuve contacto en el pasado, o que hubiese escuchado hablar de mí, que tampoco me extrañaba.
No era muy complicado encontrar a una mujer como yo, con el pelo violeta.
—Creo que preferiríamos ir a una posada—expresó Daliao, acercándose a mí, a lo que le dirigí la mirada—. Voy a llevarla con su familia, pero antes me gustaría que pudiera cambiarse de ropa y darle unas cuantas cosas que me pidió durante el camino. Agradezco su amabilidad. ¿Vamos?
Y me extendió la mano con firmeza. Arqué un poco las cejas, un poco liada con lo que estaba diciendo. ¿Se lo había inventado, no? ¿Acaso pretendía sacarme de allí? Pues no me parecía tan mala idea, la verdad. Y estuve tentada de alzar la mano para estrecharla, pero el hombre me interrumpió.
—¿Su familia? Pero si yo soy su primo. ¿No te acuerdas de mí, Saeko? Soy Ranmaru —Me tensé nada más escuchar el nombre, su nombre, y abrí los ojos de la impresión. Contuve la respiración por un momento y me incliné hacia él, todavía sin creer lo que estaba diciendo—. Es imposible no reconocerte, aunque haya pasado tanto tiempo. La última vez que nos vimos fue cuando éramos unos niños. Y nunca pensé que te volvería a ver, menos en estas circunstancias tan extrañas.
Miré a Daliao por unos instantes, agarrando su mano para poder levantarme. La verdad es que estaba hecha polvo, al igual que él lo debía estar mucho más. Le dirigí mis ojos de nuevo a Ranmaru, observando su aspecto físico. Sí, había cambiado muchísimo hasta el punto de que era… irreconocible. Pero su historia tenía razón, y esas vestimentas y sus maneras. Estaba claro que se trataba de él, ¿de quién si no?
—Sí, ya te recuerdo. La última vez que nos vimos te obligaron a darme una paliza, ¿no es cierto? —expresé con cierto rencor, todavía no había olvidado aquella etapa de mi vida, donde mi madre se empeñaba en que, al ser su primera hija, debía hacer honor al nombre de la familia. ¿Y qué mejor forma que luchando contra el hijo mimado de su hermana?—. Pero al final sí, he regresado.
Encaré entonces a Daliao y coloqué mi mano izquierda sobre su hombro. No estaba dispuesta a dejarlo solo en esa montaña, no cuando podía volver a encontrarse con esos bandidos. Y estaba segura de que no eran tan tontos como para volver a cometer el mismo error dos veces. Le estaba muy agradecida, así que, ¿qué mejor manera de protegerlo que llevarlo conmigo?
»Pero me gustaría que Daliao viniese conmigo. Me protegió en la montaña, y no sería seguro para él seguir por ahí solo. —Le fruncí el ceño, no estaba dispuesta a aceptar un “No” como respuesta.
—Está bien pues, que el señor Daliao se venga con nosotros si así lo desea la señorita. Y no me guardes rencor por el pasado, Saeko. No nos quedaba otra elección.
—Lo que tu digas. —respondí tajante, sin muchas ganas de seguir con el temita de mi infancia.
Esperé a que Daliao se pusiera en marcha y bajara las escaleras, y yo iría detrás, arrastrando casi los pies y sintiendo de vez en cuando un pequeño tirón en la zona donde tenía la cicatriz del proyectil. Era recordar lo que había sufrido y perder todas las fuerzas, estar a punto de caer derrotada allí mismo, en mitad del camino cubierto de hojas y tierra.
No recordaba con exactitud la estructura que seguía el pueblo, ni sus calles ni sus caminos. Ni siquiera vi a ningún otro conocido, pero más de uno nos echaba la mirada encima cargada de curiosidad.
La casa en cambio sí me dejó sorprendida: no era especialmente grande, pero sí destacaba por encima del resto de casas y estaba un poco alejada de la aldea, en un sendero que daba a unos campos de cultivo. Nada más verla, como si de una fotografía se tratase, me vino a la mente una antigua imagen del mismo edificio, pero con unos pequeños matices diferentes, como el color, o las tejas. Habrían hecho reformas en todo ese tiempo, claro. Ranmaru nos acompañó a mí y a Daliao a una habitación en particular, alegando que debíamos esperar un ratito porque no había nadie más allí en ese momento.
Se trataba de una habitación pequeña con una cama y una ventana que daba acceso a un jardín trasero, decorado con piedras, pequeños arbolitos plantados en macetas y un estanque con peces. Vi algunas nubes en el horizonte, imaginando que todavía debía quedar algún rastro del temporal.
Le indiqué a Daliao que se echase sobre la cama para descansar, él lo necesitaba más que yo. Por mi parte, abrí la pequeña cristalera y me quité los zapatos, sentada sobre el escalón que daba acceso al interior y con los pies sobre la hierba. Me sentí en el paraíso, y estaba contenta por haber logrado llegar hasta allí yo sola. O bueno, con al menos ayuda del muchacho.
Sonriente, me empecé a preguntar si andarían mis padres o mi hermana por allí también.