Ya había caído la noche. Llevaba dos días clavados en Bastión Hueco, los cuales había dedicado al máximo a mi entrenamiento. Volvía agotada a mi habitación tras ellos, intentando demostrar a Nanashi de lo que era capaz e intentar lograr algo de reconocimiento por su parte; sin embargo, no podía quitarme de la cabeza que mis suspensos en las clases acerca de magia estaban estropeando aquellos avances. Así que, idiota de mí, la noche anterior había cogido y había seguido haciendo ejercicio.
Pero necesitaba respirar. Llevaba horas sin dormir, cansada, sudando y totalmente incapaz de parar. Había visto a Nathan un par de veces, el día que nos reclutaron y durante el desayuno del día anterior, pero... Nada más. Me había saltado el desayuno del día siguiente y como cena había tomado un par de mordiscos de manzana. No tenía ganas de más, y tampoco Pikachu, a quien había dejado durmiendo en mi habitación.
Aquella noche necesitaba ir lejos, muy lejos. Alejarme de Bastión Hueco, de Villa Crepúsculo, de... Cualquier sitio conocido. Y por eso estaba allí, sentada encima de un muro, a la luz de la luna, dejando fluir mis sentimientos a través de la música de mis cascos, con las gafas protectoras bien colocadas para ocultar mis lágrimas.
Giré mi cabeza y observé el enorme edificio azulado, semejante a una estructura de cristal. Era un lugar hermoso, tan grande que me hacía sentir pequeña ante su belleza. Los mapas no mentían: era un auténtico castillo de los sueños.
—II wish I could tell you everything I see everything I hear; my life is what you find on the street...
Mi voz quebrada se perdía en aquel lugar apartado del pueblo, a medio camino entre este y el castillo. Había encontrado lo que parecían ser los restos de una pequeña casa y lo había tomado como mi lugar; me senté en el muro y apoyé mi espalda en una viga cercana.
Y allí cantaría hasta quedarme agotada, si con eso lograba sentirme mejor.