Tierra de Partida
Nuevo día de Tierra Partida.
A las puertas del castillo de aquel luminoso me encontraba, en la enorme plaza que le daba entrada. Los aprendices corrían de un lado a otro, algunos hacia el interior del castillo y otros hacia los jardines, donde probablemente acudiesen a sus citas con los Maestros, cada día al parecer más duros en sus entrenamientos como si temiesen que los jóvenes alumnos perdiesen facultades; o quizá algunos de ellos hubiesen quedado con sus amigos.
Amigos. Una palabra un tanto extraña para mí que muy pocas veces había aplicado en alguien. No necesitaba a nadie ahora que tenía una Llave Espada en mi poder; solo el entrenamiento que me pudiese otorgar Ronin, el dinero que me diesen mis padres, y bueno, lindas mujeres a las que cortejar. Por todo lo demás, me consideraba absolutamente independiente al mundo. Solo lo necesitaba para, de vez en cuando, demostrar mi supremacía con algún combate como el que unas pocas horas antes había tenido contra azulado Fyk y el inútil de Hitori; mi inteligencia había sido la estrella, provocando la victoria de mi equipo a cambio de mi sacrificio.
Suspiré y miré al cielo, esperando. Ya comenzaba a bajar el sol; en poco tiempo habría anochecido y la hora del reparto se habría acabado. Llevaba días esperando un paquete desde Ciudad de Paso, un pequeño caprichito que me había comprado con el dinero que mi padre me enviaba a la semana. 20.000 platines recibía normalmente, con lo que me daba mucho más que de sobra para mis gastos principales como la comida. Y aquel capricho lo estaba deseando desde que recibí mi extraña arma.
Di el día por perdido finalmente cuando el sol terminó de bajar y el mundo oscureció. Me giré y me dispuse a entrar en el castillo en dirección a mi habitación; tenía que terminar la lectura de Los Mundos Oscuros de una vez por todas. Sin embargo, un particular sonido llamó mi atención. Motores. Reconocería en cualquier sitio ese sonido. Al volver a mirar al cielo la vi: una gigantesca nave gumi, un crucero, aterrizando a lo lejos. Lo que más admiraba en el mundo: la preciada nave de mi padre, la Black Hunter.
Claro, cabe decir que no era la visita de mi padre Ryan a aquel mundo lo que me interesaba. Era la segura llegada del repartidor con mi anhelado encargo.
Me quedé allí quieto, en la plaza, esperando que el repartidor viniese. Tenía ganas de echarle una bronca por tardar tanto en traérmelo. Y la verdad, tampoco tenía ganas de cruzarme con el pesado de mi padre.