—No puedo traerte más. Es imposible; ya me atraparon una vez.
Pema volvió a quejarse con un gruñido.
—En serio, es el último repollo —declaré, señalando al vegetal que había dejado al lado del gigantesco bisonte, en la tierra donde había decidido recostarse, oculta detrás de los jardines del castillo—. Disfrútalo como se debe. No voy a volver a entrar a esa cocina.
Como respuesta, Pema tomó la verdura con su lengua y se la metió entera a la boca. No le tomó más que unos segundos masticarla dos o tres veces, para luego tragarla sin más preámbulos.
—Bien —bufé, fastidiado. Ya sería problema suyo—. Procura que nadie te vea, ¿de acuerdo? Aunque entiendo que será algo complicado…
Entonces Pema gruñó y me hizo retroceder con una corriente de aire que por poco y me tira al suelo.
—¡No te estaba llamando gorda, pero entiende que mides cuatro metros! …apenas… Y supongo que no quieres entrar en esta cosa, ¿no? —cuestioné, sacándome de una de las bolsas que llevaba en el cinturón la cápsula de viaje que había comprado hacía tiempo. Pema se aplanó contra el suelo, sumisa—. Sí, a mí tampoco me agradaría meterme allí. ¿Ves cómo ahora resulta que no eres tan pequeña?
Pema volvió a expresarse con uno de sus incomprensibles gruñidos. Me encogí de hombros y le dediqué una mueca lastimera, para después darle un par de palmaditas en la nariz, las cuales aceptó con una especie de ronroneo. Luego de esto, me despedí con la mano y me alejé de mi mascota.
Caminé un par de minutos hasta que llegué a la muralla que rodeaba aquel blanco castillo. No era tan alta (probablemente unos tres metros), lo cual denotaba que aquel mundo era más pacífico que algunos otros; por ejemplo, mi castillo se hallaba suspendido muy precariamente al lado de un acantilado, con un larguísimo y gigantesco puente siendo la única entrada. Pero en aquel lugar no sucedía lo mismo, por lo que veía.
¿Los Sincorazón, sin embargo, no eran suficiente amenaza? No podía estar seguro. Jamás había pisado aquel mundo como Aprendiz, puesto que, pese a conocer de su existencia, no se me había encomendado ninguna Misión allí. Y en el Gremio tampoco había visto nada. ¿No sería aquello una señal de la poca presencia que tenían los Sincorazón en aquel lugar?
Reflexioné sobre aquello mientras, casi sin pensarlo, me transportaba a la cima del muro. Caminé por el borde, intentando mantener el equilibrio, mientras me hundía en mi propia cabeza y comenzaba a pensar sobre aquello… Era cierto. No habíamos visto Sincorazón al llegar; ni una pequeña Sombra. ¿Y en un lugar tan concurrido como una fiesta…? Resultaba curioso, sin duda…
—¿Y por qué debería quejarme? Es motivo de celebración. Ya era hora de descansar un poco —finalmente me dije, bajando de aquel improvisado camino de un salto, cuya caída me ocupé de aminorar usando el primer truco gravitatorio que había aprendido. Sonreí para mis adentros, advirtiendo cuánto había mejorado desde entonces.
Celebración, ¿no…? La verdad, seguía sin tener muy claro cómo había llegado hasta allí. Había comenzado a hablar con Nadhia y de pronto, antes de que me diera cuenta, me había comprometido a acompañarla a un baile. Y resultaba curioso pensar cómo, en el transcurso de sólo unos minutos, lo que había comenzado como un inocente intento de ir a saludarla y mejorar su impresión de mí, había terminado con nosotros dos en un mundo completamente desconocido, viviendo lo que ella conocía como “un cuento de hadas”.
Pero… sin saber por qué, pensar en ello me sacó una sonrisa. Todavía no habíamos empezado, siquiera, y ya me estaba divirtiendo. Aquello era una oportunidad magnífica para conocer a Nadhia sin presiones. Nada comparado con la noche que habíamos pasado en Ciudad de Paso, corriendo y luchando de un sitio a otro. Y de alguna manera, aquello me provocaba un cosquilleo en el estómago.
¿Estaba nervioso? ¡Pero si había asistido a bailes centenas de veces! Y también… ¿emocionado? ¿Por qué algo que antes hacía con tanta frecuencia se había vuelto algo especial, por el simple hecho de que Nadhia se encontrase presente?
—Lamento molestarle, monsieur… ¿Invitación, por favor?
Volví a la realidad cuando me di cuenta que, con las manos en el bolsillo y la cabeza gacha, había llegado sin pensarlo a la puerta lateral del castillo. Miré a mis espaldas y me encontré, para mi sorpresa, con algunas personas esperando entrar. ¿Y cómo demonios había llegado yo allí?
—Sí, evidentemente —respondí, buscando el documento en el interior de mi saco—. Pero me había usted dado la entrada hace un rato ya. A mí y a mi acompañante, ¿no lo recuerda? —le extendí entonces el trozo de papel al hombre que atendía la entrada—. Lord Saron nos ha invitado.
—¡Ah, sí, sí, ciertamente, señor, ciertamente! —contestó el hombre casi al instante, devolviéndome la invitación sin siquiera mirarla. La mención de aquel nombre había sido suficiente para darme paso, por lo visto… ¿pero por qué? No sólo eso, sino que inmediatamente los nervios habían estado a punto de traicionarle. Por su tono de voz, pude adivinar que temía haber cometido una equivocación conmigo.
Le sonreí para tranquilizarme. A mis espaldas comencé a escuchar varios murmullos.
—No es ningún problema, buen hombre. Tenga usted una buena noche —tras decir aquello, me deslicé por la puerta al interior del castillo. Pese a que no había usado la puerta principal, me apresuré a subir las escaleras en dirección a los aposentos del castillo, puesto que ni siquiera había comenzado a arreglarme. ¡Pero qué vergüenza!
Y sin embargo, suponía que la impresión que había dado al poner nervioso al portero había sido suficiente para crearme una imagen imponente, aunque sólo fuese con un par de personas… ¿Quién sería ese hombre, Lord Saron…? Por lo menos al personal del castillo le resultaba conocido; o si no, las órdenes que se les habían dado.
Presuroso, me escabullí hasta la habitación que me habían amablemente prestado por aquella noche, a un lado de la de Nadhia. Ante mi insistencia, claro, puesto que inicialmente habían pretendido darnos una para ambos (al recordar aquello se me volvió a escapar una sonrisa). Ahora, por todo el asunto de Pema estando hambrienta, había perdido bastante tiempo yendo y viniendo de las cocinas. A aquel ritmo, yo tardaría más en prepararme de lo que Nadhia.
Pero, afortunadamente, no fue así. No tardé mucho en darme un baño, aunque realmente lo único que hice fue sumergirme en agua enjabonada un par de veces y luego limpiarme con una toalla húmeda. ¡Había pasado tanto tiempo desde que había usado una tina! Y tenía que admitirlo… las duchas eran un invento maravilloso. Luego de eso, tuve que volver a ponerme la ropa que llevaba puesta antes. Y aunque el pequeño invento de Mogara debía ponernos el traje mágicamente, no me gustaría estar completamente desnudo bajo el hechizo. La simple idea me hacía sentir incómodo.
Como no era mi primera vez haciendo aquello, no perdí mucho tiempo. Y de cualquier manera,
había aprendido a no ser terriblemente perfeccionista. Así que sólo acomodé mi cabello como pude y activé el traje de Mogara. Como sucedía usualmente con la armadura, un destello me envolvió por completo, aislándome del mundo por unos instantes. Y cuando éste se disipó, un nuevo atuendo me cubría.
Llevaba puesto un traje de color crema; un color que no estaba muy acostumbrado a usar, pero que confié funcionaría aquella noche, pues seguramente Mogara lo había diseñado para estar a juego con el de Nadhia. Tenía un diseño discreto, con sólo unos cuantos botones extra para adornarlo y unos hombros anchos, con detalles en un tono un poco más oscuro en las comisuras. El cuello era de color blanco y del largo perfecto para no parecer demasiado excesivo al sumarse con las mangas. Un pantalón del mismo color se sostenía con un cinturón dorado, aunque poco podía verse de él porque las botas de piel lustrada y adornos de metal me llegaban hasta más allá de las rodillas. El único accesorio que llevaba conmigo era un par de guantes de tela, color caqui, y una capa que parecía llevar piel de lobo en el cuello, por su color marrón grisáceo.
Cuando finalmente consideré que estaba listo, salí de la habitación y me dirigí a la de a un lado. Usando el puño cerrado, di tres precisos golpes en la puerta y llamé el nombre de quien sería mi pareja toda la noche:
—¿Nadhia? ¿Estás lista?