Ban—
Yo estar buscando más intrusos por alrededores —dijo Ban, logrando con un éxito moderado imitar a los goblins—.
Yo volver ahora a Fortaleza.La mujer soltó un resoplido y arqueó una ceja, donde no tenía ni un pelo. Pero terminó por bajar el arma, sin llegar a envainarla. Ban podía notar a Primavera inmóvil contra su piel y, quizás, se sentiría más seguro al saber que la tenía tan cerca. Si no había mentido, sería capaz de convertir en piedra a esa enemiga…
Pero no parecía que fuera a ser necesario. Le hizo un gesto con la prominente barbilla para que se dirigiera hacia el puente levadizo; esperó hasta que Ban estuviera delante de ella y caminó todo el rato unos pasos por detrás.
—
¿Tú ver a las dos humanas rubias que llegar a Fortaleza? —
¿Dos?—repitió con un tono de extrañeza—.
He oído que deberíais estar persiguiendo a una, no a dos. Aunque quizás fuera la compañera que volaba con ella…No añadió nada más.
A medida se acercaban al puesto de vigilancia, Ban pudo notar cómo Primavera se iba poniendo más y más nerviosa, removiéndose bajo su armadura. Entonces un goblin atravesó a todo correr el puente y comenzó a hablar con los del puesto, que se alarmaron y comenzaron a hablar más alto.
—
¿Qué pasa?—gruñó la mujer cuando llegaron al lugar.
—
¡Ronna, la Señora ha venido a la Fortaleza! ¡Pregunta por Melkor, Grishnak y Diablo!Ronna rechinó los dientes y dio una patada.
—
¡En qué momento! ¡Id a buscar a Grishnak, rápido! ¡Y más vale que traiga consigo a esa humana o la Señora lo quemará vivo!—Después seleccionó a dedo a cuatro goblins, entre ellos Ban—.
¡Tú y tú, venid conmigo! ¡Y calladitos! ¡Ya sabéis que a la Señora le irritan vuestras estupideces!Ban no tuvo tiempo de echarse atrás: de pronto se encontró rodeado de tres goblins armados con lanzas y hachas. Y Ronna caminaba delante de él, con su sable a mano. No muy por delante, al otro lado del puente, aguardaban todavía más guardias. Bueno, después de todo, su intención era la de entrar a la Fortaleza. ¿No?
*Tras el muro había un patio de armas medio vacío, aunque por el olor y las innumerables pisadas que habían removido la tierra, debía estar a rebosar cuando los goblins y orcos no estaban de cacería.
Entraron al edificio, precedido por una destrozada escalinata de piedra, que daba a un vestíbulo. La Fortaleza era un lugar frío, macizo, iluminado por antorchas que alargaban las sombras y donde los pasos se multiplicaban por tres e incluso cuatro. Subieron por unas escaleras principales apresuradamente. Si Ban miraba a los lados, se daría cuenta de que, entre las fisuras de las piedras, había raíces o… pequeñas trepaderas cubiertas de espinas, negras como el ébano. Crecían prácticamente por todas partes, de forma antinatural: ¿cómo era posible que hubiera vida en un sitio así?
Ronna los guió a lo largo del primer piso hacia un salón, abriendo de casi sin esfuerzo dos macizas puertas de dos metros de altura.
Entonces clavó la rodilla en el suelo y los goblins se apresuraron a imitarla.
—
Señora…Al final del largo salón de piedra, frente a unas ventanas sin cristal por las que se arrastraban frías ráfagas de aire, una figura alta y delgada recortada por la pálida luz del día.
—
Pronto saldrá la luna llena.—La voz era de mujer era elegante, madura, ligeramente acerada. La figura llevaba una larga capa sobre los hombros que se extendía como una cola por el suelo y su cabeza estaba coronada por dos cuernos negros. Extendió una delgada mano hacia un lado, en la cual sostenía un báculo—.
Y todavía no he recibido noticia alguna de que la misión haya tenido éxito. Ni mi general, ni mis capitanes, ni mi aprendiz… Ni siquiera mi leal compañero.
Con dignidad, la mujer se volvió hacia ellos. Sus finos labios se curvaron en una sonrisa desalmada.
Era, sin duda, hermosa a su extraña manera. Sus rasgos eran afilados, su piel, grisácea y sus ojos amarillentos. El vestido ondeó a su alrededor y Ban pudo ver que estaba recortado de tal forma que parecía que estuviera rodeada de llamas negras y violetas.
Desprendía fuerza, dignidad, y era como si su presencia los empequeñeciera a todos.
En el hombro de Ban, Primavera susurró tan bajito que sólo pudo escucharla él:
—
Maléfica…—
Mi… Señora, no tenemos excusa. No sé dónde están sus siervos, excepto Grishnak. Vimos a dos… Dos personas con armadura volando hacia la Montaña y…Maléfica levantó una mano y arqueó una de sus finas cejas.
—
¿Qué has dicho?Ronna tragó saliva ruidosamente.
—
Dos… personas, mi Señora. Volaban hacia vos. Los detuvimos. Uno de ellos es una mujer, mi Señora, con un gran poder mágico. Pero ellos saben más que yo[/b].—Señaló con un gesto a los goblins, que se removieron, incómodos.
Maléfica los recorrió uno por uno con la mirada, hasta que sus ojos se detuvieron en Ban durante mucho, mucho tiempo. Por algún motivo que sólo ella conocía, las comisuras de sus rojos labios se curvaron hacia arriba con diversión.
—
Tú. Habla.Todas las miradas se clavaron en Ban. Sintió que Primavera le pinchaba con su varita en la piel repetidamente, pero no se atrevía a decir nada en voz alta.
El resto quedaba en manos de Ban.
****
Nikolai y Enok—
No...No será necesario atarme...Diablo arqueó una ceja y le miró con profunda desconfianza, mientras Melkor esbozaba una sonrisa burlona. El huargo gruñó tanto al muchacho como a Diablo, que se quedó paralizado a un par de pasos de distancia, blanco.
—
Lobos, perros… Malditos animales.—Le escuchó mascullar por lo bajo, intentando extender una mano para montar al lomo… Pero la retiró en el último segundo, sin duda por la visión de los colmillos del animal.
Melkor, que parecía pasárselo en grande contemplando la escena, de pronto se giró.
—
Vaya, parece que la suerte nos sonríe.En efecto: si se volvían podrían ver cómo Nikolai se acercaba, cabalgando con cierta torpeza, ya que la montura, a medida que olía más y más a huargo, se ponía nerviosa y se negaba a continuar adelante.
El desconocido apenas sí se había dignado a mirar a Nikolai cuando este se despidió de él, si bien correspondió a su gesto con un movimiento de la mano y había añadido:
—
Quizás. Pero, yo que tú, no me quedaría demasiado en este mundo.
Y se marchó tras la capitana.
Ahora, Nikolai casi había llegado a la altura de su compañero y estaba a punto de perder el control sobre su caballo, que relinchaba, aterrorizado. El huargo comenzó a salivar, pero Melkor levantó una mano para mantenerlo tranquilo y avanzó con paso firme para aferrar las riendas del animal. De un tirón lo obligó a estarse quieto y, después, con sorprendente amabilidad, le susurró cosas mientras le acariciaba el cuello y el morro, hasta que consiguió tranquilizarlo.
—
¿Qué ha sido de tu compañero?—preguntó Melkor con una sonrisa acerada—.
¿Tantos problemas os ha dado como para que tenga que huir con la capitana?—
¡Eso ahora no importa! Tus orcos la cazarán: lo importante es llevar esto a Maléfica—exclamó Diablo.
Los rasgos de Melkor se tensaron y llevó la mano a la empuñadura de su espada. Pero de pronto una sonrisa sardónica afloró a su rostro y se volvió —sin soltar las riendas del caballo de Nikolai—:
—
Como quieras. Luego tendrás que darle tú explicaciones. Monta con el Caballero.—
Sólo Maléfica me da órdenes—siseó Diablo, con una sonrisa peligrosa—.
¿Tengo que recordártelo?Aun así, se acercó al caballo y montó con relativa agilidad detrás de Nikolai, aferrándose a los hombros de este.
—
No entiendo qué ven a los caballos, volar es mucho mejor.—Le oyó cuchichear por lo bajo—.
Tú, Caballero, atrévete a hacer algo raro y…—Le clavó las uñas en el hombro. A pesar de ser una mano delgada, el gesto le hizo daño: más que uñas, parecían garras oscuras.
Melkor, entre tanto, agarró a Enok por la ropa y lo montó como si fuera un saco sobre el huargo. Luego montó delante y hundió las manos en el pelaje del lobo gigante. Parecía que confiaba en que Enok no intentaría escapar… Claro que, incluso si lo hacía, debía tener en cuenta que le tocaría competir no sólo contra Melkor, sino con su veloz montura.
—
Vosotros delante—indicó a Nikolai y Diablo—.
Así el caballo irá más rápido, no hay nada que te haga correr tanto como tener a un huargo persiguiéndote.
Diablo indicaría a Nikolai hacia dónde tenía que dirigirse mediante empujones, señales con el brazo o simplemente aferrando las riendas en su lugar y tratando de guiar al caballo. Pero, en realidad, parecía más concentrado en estudiar la perla que sostenía entre los dedos.
Habían avanzado casi media hora cuando, de repente, Diablo exclamó:
—
¡Alto!—Y levantó la perla, como para observarla a contra luz a partir de los escasos rayos que se colaban entre las copas de los altos árboles. Tanto Nikolai como Enok pudieron comprobar que la perla brillaba más que antes. Diablo desmontó un momento y caminó en diversas direcciones; cuando se dirigía hacia el suroeste, el resplandor se incrementaba—.
Vayamos hacia allí.
—
Pensaba que querías ver a la Señora.
—
Y lo haré. Pero antes quiero ver a dónde conduce esto.—Diablo entrecerró los ojos y lanzó una mirada de desconfianza hacia Nikolai y Enok. Aun así, añadió—:
Podría estar relacionado con los tesoros.Melkor se sumió en el silencio durante un momento, pero terminó por asentir con la cabeza. De modo que Diablo montó de nuevo y se encaminaron hacia el sureste, adentrándose cada vez más y más en el bosque. Las raíces nudosas de los árboles se levantaban en los lugares más insospechados y Nikolai debía tener cuidado con el caballo para que no se partiera una pata; estaba claro que no podría huir con facilidad.
Entonces, la perla se iluminó tanto que Diablo dejó escapar una exclamación.
—
¡Está muy…!—
¡¡Atrás!! ¡No os acerquéis más!—chilló una voz femenina.
Diablo le espetó a Nikolai que se diera prisa y se dirigiera hacia la voz. Casi de inmediato, los árboles se abrieron y se encontraron en un pequeño claro. Una muchacha estaba arrinconada contra una roca y sostenía algo contra su pecho, intentando protegerlo de un círculo de cuatro Sincorazón Neosombra.
—
¡Es ella, Melkor! —bramó Diablo—.
¡Ella lo tiene! ¡Atrápala!Melkor suspiró y le dio un pequeño golpe a Enok en un hombro para que desmontara, al tiempo que desenvainaba su espada. Pero, entonces, todos escucharon un sonido grave. Y unas pesadas pisadas aproximándose poco a poco. Melkor masculló una maldición y se dio la vuelta. Entre la floresta…
No se los podía distinguir bien, pero eran tres. Y, a pesar de la distancia, estaba claro que eran tan altos como un árbol de dos metros y medio.
En ese momento, la muchacha soltó un grito, esquivó por un pelo a una Neosombra y echó a correr, perdiéndose en el bosque. Los Sincorazón iniciaron de inmediato su persecución. Diablo aulló que tenían que ir a por ella, pálido al ver que aquellas criaturas se aproximaban a ellos. Melkor, todavía en su huargo, enarboló la espada y sonrió mientras decía:
—
Quedaos y luchad si queréis, Caballeros. O traedme a esa chica. Y, entonces, puede que hablemos de una recompensa. Incluso de evitar que un pueblo entero muera.—Miró fijamente a Nikolai. Después clavó las rodillas en los flancos de su huargo, que emitió un penetrante aullido, y se precipitó hacia sus enemigos.
Diablo gritaba, la muchacha pronto desaparecería o sería cazada por los Sincorazón y, de pronto, Melkor ya no les prestaba atención. Podían escuchar cómo el mestizo peleaba contra los monstruos. Pero, de repente, uno de ellos, el más alejado de la batalla, se fijó en el grupo de los aprendices. Y, de pronto, comenzó a correr hacia ellos a lomos de un animal que no conseguían distinguir. En una mano llevaba una lanza dos veces más larga que cualquiera de ellos.
Si no se daban prisa, tendrían que luchar, quisieran o no.
****
Aleyn—
Es mejor que lo recordéis como el lugar que visitabais antaño. No tiene sentido llenar vuestra cabeza de imágenes escabrosas. Habréis sido testigo de demasiadas ya. Cuando todo esto acabe, podréis volver a pasar allí los veranos. Con los reyes... y con la princesa.
Felipe trató de devolverle la sonrisa, pero no fue capaz, por lo que apartó la cara. Después dijo con voz rota:
—
Ojalá.Avanzaron un buen rato sin que nada se interpusiera en su camino; tuvieron que dar alguna que otra vuelta debido a que Sansón no podía seguir ciertos caminos, pero por lo demás fue un viaje relativamente apacible.
Hasta que Sansón comenzó a ponerse nervioso, a relinchar de tanto en tanto y a resistirse a seguir las órdenes de Felipe. Ygraine probablemente también comenzó a notar algo extraño, algo que le haría sentirse inseguro.
No sería hasta al cabo de un rato que Aleyn podría notar un atisbo de qué era lo que preocupaba a los animales; el Bosque se había sumido en un silencio mortal. Era como si no hubiera nada más vivo excepto ellos. Ellos y un suave viento que sacudía las hojas… y que cada vez se volvía más fuerte. Abel se puso en tensión y de pronto susurró:
—
¡El aprendiz! ¡Se acerca el aprendiz! ¡A cubierto todos!Felipe desmontó sin pensárselo dos veces y agarró al caballo por las riendas, apresurándose a buscar un árbol no muy alto bajo el cual poder esconder a su montura. Luego desenvainó su propia espada e hizo señas a Aleyn para que se situara a su lado y no hiciera ningún ruido.
Transcurrieron unos minutos, durante los cuales el viento se volvió todavía más fuerte. Abel meneó la cabeza una y otra vez hasta que cogió al príncipe por los hombros y exclamó:
—
Corred, Alteza. ¡No, no me interrumpáis! ¡El reino depende de que logréis esta alianza! ¡Si el brujo rompe el Cuerno o si os mata…! ¿Qué será del reino? ¿Y de vuestro padre?Felipe se quedó sin palabras y crispó los labios, debatiéndose consigo mismo. Y entonces…
—
¡Huelo a vuestro cabaaaaaaaallo, príncipeeeeeee! ¡Y nooooto la fuerza del Cuernooooooo! ¡Es más y más intensa a medida que se acerca la luna llena!—Una voz infantil resonó entre los árboles, arrastrada por el viento, que ahora sacudía con fiereza las copas de los mismos—.
¡Sed bueno y dádmelo! ¡De qué va a serviros de todas formas! ¡La gente de las Ciénagas con unos cobardes y jamás os ayudarán!Una sombra los sobrevoló a toda velocidad y tanto Abel como Felipe, que se esforzaba por mantener calmado a Sansón, se encogieron.
La figura descendió a unos cinco metros de distancia. Era un niño menudo, de cabellos blanquecinos, que flotaba rodeado por un torbellino de viento. Giraba muy lentamente sobre sí mismo, buscándolos con unos ojos rojos como la sangre. Y si lo que decía era verdad, que olía a Sansón, no tardaría en descubrirlos.
—
¡Estoy un poco cansado de esperar! ¡Pero voy a daros una oportunidad! ¡Contaré hasta veinte! ¡Y si no salís, enviaré a los demonios a por vos! ¡Uno…! ¡Dos…!Felipe seguía sin saber qué hacer, con los dedos cerrados en torno al mango de su espada y los ojos abiertos de par en par. Abel contuvo un grito de frustración y clavó la mirada en el muchacho, dispuesto a atacar… O a interponerse entre él y Felipe.
Aleyn debía darse prisa. Debía hacer algo. O quedarse esperando.
En cualquier caso, la situación no podía pintar peor.
****
Xefil—
Esos… malditos lobos…—Escuchaba una voz femenina, grave y ronca por el dolor, no muy lejos—.
Joder, si hubiera podido matar al último…—Un gemido.
A Xefil le dolía todo el cuerpo, desde la punta de los dedos a la planta de los pies. Pero lo peor era la cabeza. Parecía que le hubieran sacado el cerebro, lo hubieran batido un rato y se lo hubieran vuelto a meter en el cráneo. Además, no podía moverse.
Lo último que recordaba era que Ahren se había abalanzado sobre él, con una expresión de infantil triunfo. Luego vino el viento, que prácticamente lo dejó sordo. Y, antes de quedarse inconsciente, las palabras del Hechicero, frases inconexas que no conseguía terminar de hilar:
—
¿Pero cómo te quedas dormido…? ¡Ah, mierda! … ¡Me has entretenido! —Quizás recordara vagamente que lo levantaban y que hacía un frío insoportable. Incluso podía ser que en algún momento hubiera abierto los ojos y se hubiera encontrado volando encima de los árboles—.
¡Cómo pesas!... Bien, te quedarás aquí quietecito… Como he ganado la apuesta… vendré a buscarte. Si no te come antes un animal…Y luego, oscuridad.
Hasta que una bofetada lo hizo espabilarse. Cuando abrió los ojos se encontró con una mujer de piel morena, cabello corto y cubierta con una armadura apuntándole con una espada. Estaba herida en una pierna y un costado, que sangraban a pesar de los torniquetes que se había apañado.
—
¿Quién eres tú y qué haces aquí?—preguntó con hostilidad.
Xefil se daría cuenta entonces de que Ahren se había ocupado de inmovilizarle las muñecas y los tobillos —cortándole la circulación—, además de atarlo rodeándole el torso contra un grueso tronco, con lo que parecían ser cuerdas trenzadas de hierba… Lo suficientemente fuertes como para que no pudiera librarse de ellas ni ponerse en pie.
Es decir, estaba completamente indefenso y con una espada al cuello.
Tendría unos momentos para responder, justo antes de que lo interrumpiera un aullido escalofriante… Y que no sonó demasiado lejano. La mujer se puso en pie, maldiciendo y con el rostro contraído por el dolor. El aullido volvió a sonar, más cerca.
Ban
VIT: 22
PH: 13/20
Xefil
VIT: 25/36
PH: 15/34
Aleyn
VIT: 20/32
PH: 4/10
Nikolai
VIT: 11/18
PH: 8
Fecha límite: jueves 23 de octubre