—Así que habéis decidido ir en grupito. Bien, bien, esto será interesante. Como Gabriel ya os ha informado, esta es la última prueba. ¡Lo habéis hecho muy bien! No sólo habéis sido los primeros en llegar, sino que no parecéis muy cansados. ¡Enhorabuena! Aunque no cantemos victoria, jeje.
Decidió ignorarle y siguió andando por el pasillo, sin detenerse. No le dirigió la palabra. Aquel ser que solo intentaba confundirles no merecía su atención, si pasaban de él y continuaban avanzando no tendrían ningún problema, estaba seguro de ello.
La extraña entidad andaba de espaldas, sin temor a toparse con algún obstáculo. Le entraron unas ganas tremendas de materializar un pilar de roca detrás del individuo a fin de que chocara contra éste por sorpresa o, en el mejor de los casos, se tropezara. Pero prefería reservar su magia para situaciones que de verdad la requirieran.
—Bien, pinto, pinto, gorgorito, saca la mano de veinticinco, en qué lugar en Portugal, en qué calleja…—Parecía que se disponía a elegir a uno de ellos—. ¡…la mano que viene la vieja! ¡Oh, Keiko, empecemos contigo! La niña que se cree lo suficiente mayor como para mostrar cacho. ¿Te sientes orgullosa, bonita? ¡Qué gran Aprendiz, dispuesta a renunciar a su Llave Espada de buenas a primeras! ¿Tan inservible eres que no tienes objetivos propios, que sólo te enrolaste a la Orden para buscar a alguien? Una niña sin aspiraciones, torpe, que nunca ha intentado comprender, ¡que no tiene ni idea de que está la pobrecita metida en una guerra! —«¿Y esos comentarios tan gratuitos?»—. Lamentable. No eres una persona que merezca estar aquí ni tampoco en Tierra de Partida. Abandona, lárgate, renuncia si tan poco valor das a la Orden. No seas nadie, ¡pero no obligues a desperdiciar tiempo contigo! Oh, sacad la Llave Espada si queréis. Son respuestas tan válidas como cualquier otra, las aceptaré sin problemas. Pero… ¡Ah! Que Yui no tiene ninguna.
Se rió, mofándose de su desagracia. Parecía que el Guía estaba intentando provocarles con sus desagradables comentarios. Light, incapaz de seguir ignorando, no le interrumpió y continuó escuchándole, atónito. De vez en cuando observó disimuladamente a sus compañeras para comprobar cómo reaccionaban.
—Siempre callada, siempre aparte, taciturna, silenciosa, incapaz de tomar decisiones por sí misma y dejando que los demás resuelvan los problemas. Lenta, pesada, que se cree demasiado buena como para colaborar con nadie a pesar de ser de las aprendices más débiles que han entrado en mis dominios… ¡Y aún tiene tiempo para quejarse de estar aquí! ¡Porque la señorita no comprende lo que está haciendo, lo que está en juego, porque no comprende que podría morir en cualquier momento y nadie, absolutamente nadie, se preocuparía por ella porque está sola y siempre lo estará!
—Está burlándose de nosotros —musitó aquella obviedad. Apoyó las manos sobre los hombros de sus compañeras—. No le hagáis caso, solo quiere hacernos perder las casillas y retrasarnos —indicó. Aquello le debía beneficiar de alguna manera, no podían seguirle el juego.
—No sabes quién eres, no tienes el más mínimo recuerdo. Eres un muñeco vacío, una niña que comió basura de las calles. ¡Y te crees mejor! Por favor, no me hagas reír. Con tu nefasto sentido de la moda, creyendo que unas fruslerías cogidas de la mierda te van a dar suerte, como si fueras alguien de pueblo, ni siquiera has sido capaz de luchar por tu propia supervivencia. Nadie te quiere, nadie llorará tu pérdida. Porque, ¿sabes? La vida son recuerdos. Si te quitara ahora mismo los recuerdos que conservas sería como morir, nacería otra persona. Y vas y optas por, en vez de moverse el culito y hacer algo, renunciar a lo único que te vuelve individual: ¡tu Llave Espada! Hasta el buenazo de Nith tuvo que venir a darle algo a la patética aprendiz para que no muriera de inmediato.
—¡Cállate de una maldita vez!
—¿Quieres usar la pluma contra mí? ¿Te molesta? ¡Adelante! ¡Vamos, Yui, demuestra que estás tan vacía que ni siquiera puedes aceptar la realidad, por dolorosa que sea!
—¡¡Qué te calles!!
Parecía que ahora iba a llegar el turno de Light. Éste se cruzó de brazos.
—Bien. ¿Ahora me toca a mí? —expresó con cara de pocos amigos, deseando que fuera breve con el sermón.
—Y tú. Tú. Light. La luz. Ja. Con tus grandes ideales, que desaparecen una vez que estás ante Bastión Hueco. ¡La luz debe ser la única, debemos proteger a los Maestros, debemos ser la espada y el escudo de la luz! ¡Pero matarás por el camino, ¿verdad?! —le preguntó y le asestó un empujón. Pudo llegar a ver sus ojos amarillos (desagradables, en su opinión) a esa distancia.
—No —musitó al segundo, sin pensarlo dos veces. Nunca había estado a favor de la guerra y no quería ser un asesino (aunque inevitablemente ya se había convertido en uno). Odiaba con todas sus fuerzas a Ryota y ansiaba su muerte, pero seguramente se vería incapaz de rematarlo de tener la oportunidad remota. Al menos mientras siguiera cargando con su recuerdo.
El de ella.
La misma persona que sus ojos le estaban mostrando en ese momento. El corazón le dio el vuelco al darse cuenta de su presencia y sus labios empezaron a temblar. Se le desencajó el rostro y se quedó completamente mudo, como si hubiera visto un fantasma.
En realidad lo era, el Guía acababa de cambiar su apariencia y ahora se mostraba como Hisa Wix, la fallecida Guardiana del Castillo; el incorpóreo de la Maestra Iwashi.
—¿Te corroe la culpa, Light? ¿A pesar de que era lo que yo deseaba?
»¿A pesar de que me salvasteis una vez sólo para matarme de nuevo? ¿Qué sentiste cuando descargaste la Llave Espada? ¿Qué sentiste cuando me mataste, cuando arrebataste una vida?
»¿Esto es lo que hace Tierra de Partida?
No respondió, tenía la mente en blanco y no se veía capaz de pronunciar una sola palabra. La ilusión de Hisa Wix sabía cómo hacerle daño sin duda, había escogido maliciosamente aquellas cuestiones y le había dejado completamente aturdido. De no estarlo tampoco habría contestado a las preguntas, pues no estaba dispuesto a hablar de un tema tan delicado con aquel ser burlón. No eran asuntos del Guía.
En efecto, la muerte de la Guardiana le seguía afectando en gran medida. Y aunque en su carta dejó claro que deseaba morir, no lo merecía.
Respecto a lo que sintió durante su combate… prefería no recordar cómo la locura se apoderó completamente de él, liberándole de la razón y transformándole en alguien distinto: un asesino sádico; una bestia, un demonio.
El iracundo aprendiz cargó contra la indefensa Hisa Wix con todas sus fuerzas, como si no hubiera mañana. La sacudió con tanto ímpetu y rabia que empezó a resentirse de los dedos y los brazos. ¿Estaría agotándose por culpa del veneno? En realidad, se estaba dejando el alma con cada zurra: jamás había golpeado con tanta saña a alguien.
Y no podía parar.
[…]
Se había convertido en una máquina de matar. Y lo que más temía de todo… es que en el fondo había disfrutado de aquel combate, como nunca. Cuando en realidad éste debía haber supuesto una tortura… en realidad se lo había pasado bien. Había encarado aquel combate sonriente, deseoso en todo momento de masacrar a su adversaria y liberar toda su furia sobre ella.
Rasgar su carne con su espada le había llenado de regocijo.
Entonces, el Guía aprovechó su estado de shock para arrebatarle el colgante con forma de sol que había custodiado desde la muerte de la Guardiana. Su mirada parecía denotar tanto lástima como repudio.
—¿A dónde vas con esto? ¿Por qué cargas con mi recuerdo? ¿Qué esperas conseguir, eh, muchacho de Tierra de Partida? ¿Que una voluntad superior te disculpe? ¿Buscas el perdón, la redención? ¿O estás orgulloso de haber matado? ¿De no ser diferente de Bastión Hueco?
La supuesta Hisa Wix ya no se encontraba allí: el Guía acababa de recuperar su apariencia original. Light de alguna manera ya había reaccionado: rechinó los dientes mientras le fulminaba con la mirada, embravecido. Aquella jugarreta no le había sentado nada bien…
—No vuelvas a usar su apariencia, maldito hijo de puta —advirtió colérico, separando las palabras. En ese momento se arrepintió de lo que acababa de decir: seguramente volvería a disfrazarse de ella para herirle. Sabía cómo hacerlo perfectamente—. Devuélvemelo. —Se refería al amuleto que le había arrebatado. No se lo estaba pidiendo: se lo exigía.
—Su memoria está aquí, Light, porque una vez fue parte de Tierra de Partida. —Supuso que se refería a Iwashi, pues no recordaba que su Incorpóreo pisara ese mundo—. Igual que lo fue tu querido hermano, Keiko. ¿Quieres que te cuente qué fue de él? ¿Eh? ¿Me lo darías entonces todo? ¿Me darías tus recuerdos, tu memoria? ¿Qué es más importante para ti, sobrevivir o encontrar a tu hermano? ¿Estarías dispuesta a saber dónde está pero a no poder salir jamás? —El Guía empezó a desternillarse—. ¡Por el Primero, qué grandes compañeros sois, que no le habéis dicho ni una palabra de lo que sucedió con su hermano! ¿Preferís que lo busque para siempre?
—¡Cállate! ¡Keiko, no le escuches! —bramó, temiendo que la chica aceptara renunciar a sus recuerdos. Había intentado ignorarle y mantener la calma desde el principio, pero al final le había sacado de sus casillas—. Si esta es la prueba final, quiero que sepas que es una maldita y gran mierda. Saca todos mis trapos sucios si quieres, ¡me da igual! —exclamó. En parte mentía, quería mostrarse fuerte y capaz—. Vamos a salvar este castillo, te guste o no, y nadie nos lo va a impedir.
—Tienes razón, Guía. Me embarqué en la Orden de los Caballeros para poder encontrar a mi hermano. Y ahora, tengo la oportunidad de saber donde está —dijo Keiko.
»Pero... no pienso cederte mis recuerdos ni ser tu marioneta. No podría vivir sabiendo que aunque sepa donde está, no podría ir a buscarle. Acabaría loca, y finalmente, muerta. Prefiero buscarlo por toda la eternidad, que ser un juguete tuyo. ¡Aunque sea inútil para la Orden, y no una aprendiza a la que dedicar tiempo, no pararé hasta cumplir mi objetivo! ¡Y quien sabe! ¡Lo mismo encuentro un objetivo propio! ¡A lo mejor el que no está cualificado para pertenecer a este lugar, eres tú, Guía!
—¡Deja de reirte de una vez, Guía! ¡Ya vale, deja de jugar con nosotros! ¡¿Quieres pelea o qué?! —exclamó Yui, apuntando al encapuchado con su nueva espada.
—Lo que sucedió con Hisa Wix no es de tu incumbencia, así que devuélveme ese amuleto —le recordó si todavía no se lo había dado. Agarró con dos manos el mango de Alma Inquebrantable, dándole a entender que lo cogería por las malas si no obedecía—. Y no te molestes en chantajear o negociar con éste, te lo arrebataré yo mismo si es necesario.
Su determinación era absoluta y estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Aquel colgante significaba muchas cosas para él, y especialmente le recordaba la misión que se había impuesto: traer de vuelta a la Maestra Iwashi. Y se aseguraría de cargar con aquel objeto hasta cumplir su objetivo, en ese momento se lo devolvería a su dueña, no podía perderlo ahora.