Capítulo 1
La noche de los fuegos caídos
—¡Esto es absurdo! —vociferó una voz femenina desde la herrería. Los que pasaban por allí no se sobresaltaron, pues sabían que se trataba de la altanera hija de la panadera, así que siguieron sus caminos como si nada.
—¿¡Por qué es absurdo!? ¡Lo he hecho con mucho esfuerzo para que lo lleves puesto!
—Padre, ¿qué parte de “no me gusta exponerme” no ha entendido de mi frase anterior?
—Creo que la de “no”, porque bien que vas con esas agujas clavadas a los pies, ¿no te cansas?
—¡Si no hubiera heredado una altura como la suya, no tendría que usarlos!
El estruendo que procedía de la herrería era horrible, pero su interior era aun peor. Alexia ahora cargaba con una armadura bastante grande de un solo hombro, la cual le daba a su vestimenta un aspecto extravagante e imponente. No era eso lo que le disgustaba, sino el hecho de que su padre la intentara obligar a hacer de modelo de sus trabajos en la herrería sin haberle consultarlo, así que estaba discutiendo con él para ver si llegaban a un acuerdo. Su hermano, que aun iba sin camiseta, estaba sentado en una mesa cercana con un espejo, dejando caer su cabello rubio oscuro hasta el comienzo de los hombros y cortándolo para que quedara degradado. La chica rió con sorna, llevándose las manos a las caderas e ignorando al herrero por un instante.
—¿Y tú qué demonios haces? —le preguntó con la irritación bien clara en su cara —. ¿Poniéndote guapo para sonreír a tus furcias?
—No hables así de mis seguidoras —le respondió mientras cortaba su flequillo, con su característica calma —. Muchas de ellas van a tu propia clase.
—Lo dices como si yo me pudiera comparar con ellas —la chica apretó el puño, irritada —. Te recuerdo que sigo siendo la que más papeletas tiene de ser la guidaria de mi generación.
—Con esa arrogancia lo pongo en duda —rió el muchacho, terminando con su flequillo. Su padre le imitó.
—Es la adolescencia, hijo, que revoluciona a todos los chiquillos. Yo a su edad iba haciendo el idiota detrás de tu madre todo el tiempo, pero ella nunca me hacía caso y acababa quedando en ridículo.
—Muy digno de contar, si —Alexia se cruzó de brazos y miró hacia otro lado —. ¿Por qué tengo que ir a esta maldita fiesta?
—Porque como no vayas voy a golpearte con la barra de pan más dura que tenga —exclamó una voz desde la puerta. Ella se puso recta en cuanto la escuchó, sabiendo que se trataba de su madre, la que verdaderamente llevaba los pantalones en casa. Era una mujer bajita y algo rechoncha, pero su cara derrochaba bondad por todos los poros y tenía una labia única, así que todos iban a comprar a su panadería. La mujer entró a la casa y dejó una bolsa en la mesa donde su hermano se estaba cortando el pelo.
—¡Krauss, te dije que esperaras a que llegara!
—Lo siento, madre, pero necesitaba tener algo entre manos. Estoy algo nervioso por esta noche.
La panadera le quitó las tijeras a su hijo y comenzó a darle un repaso a su pelo. Cortó algunas pocas puntas y miró las partes que él había tocado, pero no las retocó en ningún momento. Para variar, su fabuloso hermano había hecho un trabajo excelente y no necesitaba de la ayuda de su madre para arreglar ningún estropicio. La muchacha de ojos verdes, al notar los ojos maravillados de su madre observar el perfecto busto de su hermano, puso los ojos en blanco y se giró hacia su padre.
—En fin, ¿qué es lo que tenía que hacer? —farfulló mientras echaba su largo cabello hacia atrás —. Dijiste algo de desfilar por la plaza o algo así.
—No es desfilar, hija —la corrigió el padre —, es que lo lleves puesto y dejes que la gente te vea, que se pregunten de donde ha salido y se sientan atraídos a mi herrería.
Se lo pensó durante unos instantes y entonces alzó las manos.
—Me rindo, lo haré. Pero que conste que me debes una.
El herrero se rió satisfecho y se dirigió a la planta alta, seguramente para arreglarse para asistir a la fiesta. Solo entonces prestó atención a las palabras de su madre.
—Tranquilo, hijo, ya verás que lo haces muy bien. Eres el jefe guidario por algo.
—Es la primera vez que trato con tanta gente de forma directa, tengo mis dudas.
—Tan solo confía en ti, muchos darían su propia alma por ser como tú.
—Madre…
—Tienes razón, pero es porque no saben la carga que ello conlleva.
—Mira, tú da lo mejor, madre está orgullosa de ti.
—M-madre…
—Gracias, madre. En cuanto pueda, me escapo a veros.
—¡Agh, me voy, idiotas, cuando queráis algo de mi ya me llamáis!
Con esas últimas palabras y la mirada incrédula de su familia, Alexia pegó un portazo y salió a la ciudad. Las calles estaban abarrotadas de familias paseando, parejas teniendo una agradable velada y grupos de amigos haciendo locuras por las calles. Todos eran felices, todos estaban juntos y todos le restregaban a la chica que no tenía nadie con quien compartir este día. “Pues gracias”, pensó para sus adentros, frustrada. Pensó por un momento a donde podría dirigirse, pero en estas fechas tampoco había mucho donde elegir, así que prefirió seguir a la gente hasta la plaza para escuchar la charla que el líder guidario daba, como cada año. Sin ninguna gana, comenzó a ver un gigantesco grupo de personas que ocupaban toda la plaza del ayuntamiento. Boquiabierta, enseguida dejó atrás la idea de adentrarse y buscó un entretenimiento alternativo. Y en cuanto el circo se alzó con sus colores brillantes y sus espectáculos, tuvo la creciente necesidad de acercarse allí para ver que ocurría. En la puerta, un chico bastante familiar miraba la entrada con un ligero deseo de entrar que no parecía querer satisfacer.
Por su cabello largo y castaño, su altura considerable, sus perneras de hierro y su abillamiento revelaba que era el muchacho del que tanto hablaban los niños del barrio, el tal…Taylor, o Tila, o algo así. Tampoco es que se hubiera parado a escuchar sus tonterías, así que no estaba segura de si lo que estaba diciendo era cierto, pero según había dicho su madre era un vagabundo problemático del que había que mantenerse lejos. Sinceramente, ella no le veía nada de espectacular, y cuando se giró y le vio sonreír de forma bobalicona a un niño que se acercó, terminó de corroborarlo. No le llegaría ni a la altura de los zapatos. Alexia alzó la hombrera con orgullo y le observó durante un buen rato, entrecerrando los ojos para comprobar si podía ver más allá de su fachada de buen chico. Sin embargo, fue interrumpida por un empujón que la llevó un par de pasos adelante.
—¡Cuidado, maldita sea! —exclamó la chica mientras se giraba hacia atrás, donde lo único que pudo oír fueron las disculpas de un chico que se encontraría a tres centímetros de ella…con la única diferencia de que él usaba zapatos planos y ella unos tacones de siete centímetros. Retrocedió, asustada por su presencia, y él sonrió.
—Perdona, ¿te he asustado? —dijo, llevándose una mano a la nuca. Solo entonces fue consciente de su morena piel y de su cabello rubio, un contraste que le era familiar —. ¿Vienes a ver el espectáculo?
—N-no, yo…
—Me temo que hasta que no termine la ceremonia del jefe guidario no abrimos. Ya sabes, tenemos que estar todos.
—Si, claro, tengo que irme —la chica de ojos verdes quería librarse de la situación cuanto antes, pero aquel chico rubio la atropellaba sin más no poder, evitando que se marchara.
—¡Yo a ti te conozco! —exclamó de pronto, haciendo que se sorprendiera —. Ayer, cuando fui a la herrería, te vi salir de ella con muy mala cara.
—¿Estuviste en la herrería de mi padre? —preguntó inconscientemente.
—Si, sus materiales son de primera —comentó el chico, apoyando sus puños en su cintura —. Si te digo la verdad, me alegro un montonazo de haberte conocido, así puedes felicitarle de parte de Arthur Lauper. ¿Tú cómo decías que te llamabas?
—…no te lo he dicho en ningún momento.
—Ja, bueno, pues, ¿cómo te llamas?
Alexia puso una expresión de disgusto, demostrando que no estaba conforme con su excesiva simpatía, como si ella tuviera que ser la recadera de nadie. Miró hacia el lado donde se encontraba la gente y se quedó allí con el fin de que pasara de ella, pero lo único que consiguió fue llamar la atención de los niños, y con ello, del chico que estaba con ellos. Miró hacia donde se encontraban con curiosidad, pero no se acercó hasta que los niños le arrastraron. Al lado de ella, era bastante más alto. Inconscientemente le fulminó con la mirada, como culpándole de que ella era tan bajita.
—¿Por qué os peleais? —preguntó uno de los niños, rubio.
—No nos peleamos —respondió Arthur, extrañado por lo que decía.
—Pero ella es la hermana del jefe guidario, ¿sabes? —replicó la niña, no satisfecha con su respuesta —. Todo el que habla con ella es para pelearse, ¿sabes?
Realmente Alexia sentía no tener la oportunidad de pelearse a gusto con ella, vaya por donde.
—Vaya —masculló el chico de cabello castaño, cruzando su mirada con la de la chica —, ¿tú eres la famosa Alexia De Tenebrae de la que tanto hablan?
—Jeje, si, es la tenebrosa —rió el niño de pelo rizado, como si ella no estuviera presente.
—V-vaya…—rió ella sin gana alguna —. No sabía que tenía un mote tan…gracioso.
—¡Shh! —dijo Arthur, llevándose el dedo a la boca. Fue consciente de que eso no era algo que la muchacha debiera saber. Cuando los niños entendieron, se quedaron callados y miraron hacia abajo, ligeramente arrepentidos.
—No lo tengas en cuenta, Alexia —respondió el tipo de mala fama, rascándole la cabeza a uno de los niños —. Son buenos chicos, y más sinceros que muchos adultos.
—Estupendo —murmuró ella por lo bajo.
—Entonces eres Alexia, la hermana del jefe guidario —repitió Arthur, llevándose una mano a la barbilla —. Debes de sentirte afortunada de tener un hermano tan famoso —cuando notó que lo fulminaba con la mirada, alzó las manos en señal de derrota y comenzó a reír de forma nerviosa —, y bueno, de ti no se el nombre, ¿eres también familiar de algún famoso?
El chico echó a reír.
—Mi nombre es Tyler Nielsen, y me temo que solo soy un vagabundo —los niños se quejaron de fondo, pero se calmaron enseguida.
—Vaya, es un placer —extendió la mano, y el muchacho no dudó en hacerlo también. Por un momento parecían amigos de toda la vida —. Yo soy Arthur Lauper, ¿qué tal estás pasando la fiesta?
—Estos chicos no paran, ya lo ves —rió Tyler, quien tenía a los niños jugando a su alrededor.
—¿No deberían estar con su madre? —gruñó Alexia, quien poco a poco se estaba alejando de la conversación.
—¡Es cierto! —exclamó el chico, mirando a los niños —. Prometí llevaros con vuestras madres antes de la ceremonia, me van a matar.
—¡Tranquilo, están en la zona Bruma de la plaza! —dijo el niño rubio, pero por la cara que pusieron todos a excepción de Arthur, no sabía que demonios era la zona Bruma.
—¿Y eso donde está? —preguntó el moreno, pasándose la mano por la cabeza y llevándose el largo flequillo que tenía a un lado de paso.
—Tú sabrás, son tus críos —murmuró Alexia, aun cruzada de brazos.
—Chicos…yo…
—Que simpática, como se nota que eres carne guidaria —dijo él mientras sonreía, pinchando de forma sutil.
—Chicos…
—¿Quieres bronca, mendigo?
—Chicos…
—¿Vas a dármela, bruja?
—¡Chicos!
—¿¡Qué!? —respondieron ambos al unísono.
—Yo se donde está, ¿qué os parece si vamos todos juntos?
No sabían como se habían visto forzados a esa situación, pero los tres iban caminando hacia la plaza con el fin de llevar a los niños. Los pequeños iban felices, pero los mayores tenían expresiones de lo más diversas. Tyler sonreía de forma bobalicona, Alexia parecía bastante cabreada y Arthur…hacía lo que podía por mantener el equilibrio.
Tras un paseo llegaron a una plaza gigantesca, tanto que todos los habitantes de Marlenia cabían en ella sin estar apretadísimo. Era una plaza llena de negocios importantes que culminaba en un imponente edificio que era el ayuntamiento. Allí, aprovechando una larga escalera que llevaba a la puerta del edificio, habían colocado un estrado donde el jefe guidario realizaría su charla. Caminaron a través de la gente siguiendo a Arthur, mientras este se movía con extrema ligereza. Finalmente llegaron a un bar llamado “A-bruma”, y entonces comprendieron que no se trataba de una zona. Tyler y Alexia suspiraron.
—Malditos niños —gruñó ella, mirándolos.
—¿Volvemos a empezar? —amenazó Tyler. Ella miró hacia otro lado, buscando distraerse mientras los niños buscaban con la mirada a su madre. Finalmente señalaron a una chica rubia que estaba sentada, tan atenta a mirar a una zona concreta que no era consciente de que la estaban mirando. Tyler sonrió.
—¿Desde cuando tenéis una hermana? —la sonrisa se ensanchó, volviéndose bastante tonta. Arthur no comprendió lo que pasaba —. Esperad aquí, voy a llevarle a los niños.
Cambiando a una sonrisa más galante, caminó hacia la muchacha y sentó a uno de los niños en la silla. Ella enarcó una ceja y miró hacia Tyler, quien seguía sonriendo.
—Me han dicho que eres su hermana —anunció Tyler, usándolo de carta de presentación —. Yo soy el chico que juega con ellos de vez en cuando, mi nombre es Tyler Nielsen.
Mirándola más de cerca, era una chica preciosa. Tenía el cabello rubio, recogido en una coleta larga y con mechas de color verde. Físicamente no era tan escandalosa como Alexia, pero tenía lo que tenía que tener y donde debía tenerlo. Se hubiera relamido los labios de no ser porque sus brillantes ojos rojos lo observaban atentamente.
—¿Eres tonto? Estos no son mis hermanos.
—¿Q-qué? —no podía ser posible, se la habían jugado.
—Que no son mis hermanos.
—Ya, vaya, perdona…—se rió avergonzado y retiró a los niños —. Su madre debe estar cerca…
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Arthur, quien se acercaba con Alexia.
—Me llevaron a otra chica distinta —respondió el chico.
—Estupendo, mejor ve a buscar a sus padres de verdad antes de que te pateen el culo.
Tyler, viendo que no podía responderle de ninguna forma, asintió y siguió buscando a los padres. Los demás se quedaron alrededor de la mesa.
—¿Queréis algo más? —preguntó la rubia. Arthur se rascó la nuca.
—Me preguntaba que hacías tan sola. Deberías estar con tu familia o tus amigos.
—No tengo ganas —gruñó. Eso sorprendió a Alexia, quien le recordó terriblemente a ella. Viendo que el plan de Arthur de no estar solo no había tenido éxito, ella directamente se sentó —. ¿Se puede saber que haces?
—Hay cinco asientos, y desde aquí hay unas vistas preciosas. Digo yo que no te importará que nos sentemos aquí contigo.
—Por supuesto qu…
—No te importa. Arthur, siéntate —se apresuró a decir la chica de cabello caramelo —. Mi nombre es Alexia, y él es Arthur Lauper, trabaja en el circo de aquí.
—M-mucho gusto. ¿Tú como te llamas?
Al principio la rubia se quedó anonadada, sin saber como echar a ese par de ejemplares que se habían sentado en su sitio. Por la forma de ser de la chica, estaba claro que no iba a ser fácil ir a por ella, y que rendirse por el momento iba a ser su mejor opción.
—…Stella —murmuró. Cuando se dio cuenta de que debía haber hablado muy flojo, se aclaró la voz y lo dijo más alto —. Stella Arellanes.
—Guau, que nombre tan bonito —comentó Arthur —. ¿Y a qué te dedicas?
—Trabajo como camarera.
—Genial, tienes que decirnos el nombre de tu local para ir.
Stella, viendo la posibilidad de ganar clientes y con ello más dinero, no tuvo problemas en darles el nombre.
—Se llama…
—¡Ya he vuelto, chicos! —exclamó Tyler, quien ya no tenía a los niños con él.
—Bienvenido. Vamos a sentarnos aquí, con Stella —anunció Alexia, sonriendo con cierta burla.
—Vaya, así que eres Stella. Mi nombre es Tyler Nielsen, encantado —dijo mientras se sentaba al lado izquierdo de la rubia. A su derecha no había nadie, en el siguiente se encontraba Alexia y al lado del chico de cabello castaño Arthur. Estaban bastante bien repartidos en realidad, pareciendo una cita de parejas.
—Un placer —respondió ella con dejadez.
—Y bueno, sigue contándonos sobre tu local —insistió el chico rubio a sabiendas de que ese tema le había interesado a la recién conocida. Stella sonrió.
—Bueno…
“Sho, recuerda lo que te he dicho. Tenemos que ganar poder y aspirar siempre a lo más alto. Nunca lo olvides.”
El chico de ojos azules recordaba eso mientras mantenía una entretenida tertulia con otros miembros de la nobleza en la terraza de un restaurante. Sus sonrisas falsas se podían ver a distancia, y sin embargo él reía y les ofrecía una buena conversación. Estaban entretenidos y eso le sumaba puntos, así que procuró que fuera así durante un buen rato. A pesar de eso, Sho se encontraba terriblemente aburrido. Esa charla era sobre la situación económica de Marlenia, y no le interesaba para nada. Prefería hablar de aquella vez que venció a su profesor de esgrima, o aquella en la que sacó un diez sin haber estudiado, o aquella en la que…¡demonios, prefería hablar de otra cosa y punto!
Por suerte, la charla acabó a tiempo y los nobles tuvieron que retirarse. Con una reverencia, acabó solo en aquella terraza y sin ganas de nada. Cruzó las piernas y miró hacia el ayuntamiento, pensativo.
—No tengo ganas de escuchar a ese idiota —admitió el chico, expirando —. Ni siquiera es noble, es tan solo el hijo de una panadera. Marlenia está cada vez peor.
Entonces, bajo él, escuchó unas risas escandalosas. Molesto por tal escándalo, alzó la vista por encima de la barandilla y vio a un grupo de chicos y de chicas jóvenes contarse anécdotas y riéndose. Sintió una fuerte envidia, pues a pesar de que ellos eran pobretones que no llegarían a mucho en la vida, disfrutaban mucho más de su vida que él. Miró su aspecto, tan…normales. El, sin embargo, ahora llevaba una gabardina de diseño marrón que había estrenado hoy, unos zapatos a medida, al igual que sus pantalones, y su camisa…
—Esto es lo que me hace especial —se afirmó —. Aunque no vendría mal entretenerme con ese par de chicas, ¡la silla está libre!
Como no tenía nada que hacer hasta después de la ceremonia, pensó que podría entretenerse allí durante un buen rato y disfrutar de compañía femenina. Se apresuró en bajar y en acercarse a la mesa. Llamaba mucho la atención debido a su atractivo, y eso le inundaba de más confianza de la que tenía.
—Permitidme, señoritas —dijo mientras se sentaba en la silla que estaba entre Alexia y Stella. Estas dos no comprendieron lo que pasaba —. He visto este sitio tan solo y he pensado que podría ocuparlo yo.
—Oye, yo a ti te conozco —afirmó Tyler —. Eres el hijo de Danz Liechenstein, el noble.
Sho, viéndose conocido, rió con algo de arrogancia.
—Así es, ¿con quién tengo el placer de hablar?
—Nos presentamos, ella es Stella, él Arthur, ella Alexia y yo Tyler.
—Vaya, es un placer tratar con damas tan hermosas —dijo el chico de ojos azules, alternando su mirada entre ambas señoritas. Normalmente habrían reído de forma tonta, pero ellas tan solo le miraron como si fuera idiota, sorprendiéndole. Viendo que tenía que reaccionar, acabó por presentarse —. Mi nombre es Sho Liechenstein, es un placer.
—Encantado —respondió Arthur —. ¿También has venido solo?
—Si, y pensé que una buena compañía me vendría bien —por el tono de su voz estuvo claro que solo se refería a las damas.
—Claro…—gruñó Stella.
La velada siguió sin incidentes ni más apariciones. Sho de vez en cuando desentonaba por su arrogancia y su acercamiento a las chicas, sin embargo, el grupo fue capaz de soportar su complicada personalidad. Con la tontería, todos parecían llevarse bien, incluso Alexia y Stella, aunque esta última parecía estar más a distancia que la primera. Cuando la ceremonia comenzó, pudieron ver la imponente armadura del lider guidario destacar del resto de guidarios que avanzaban hasta el estrado, donde su bello rostro aparentaba sinceridad y nobleza. Sabía hacer su papel bien, o eso le parecían a los que no eran partidarios suyos. El único que parecía sentir admiración por él era Arthur, que lo miraba con los ojos brillantes.
Krauss colocó el micrófono cerca de su boca y comenzó a hablar.
—Amados habitantes de Marlenia —su voz era armoniosa y dulce, calmando todas las demás —, hemos llegado lejos gracias a nuestros esfuerzos. La reciente tecnología, la seguridad en nuestras calles, los grandes avances en medicina hechos…esto no es a causa de los guidarios, sino de los habitantes de nuestra ciudad que tanto esfuerzo ponen en hacer que sea próspera y hermosa. Los guidarios, por nuestra parte, hemos trabajado duro para contener a las criaturas del exterior con el fin de preservar la paz. Nosotros, los guidarios, protectores de Marlenia, juramos mantener la paz dentro de nuestros muros y acabar con el ex…
Pero tuvo que callar, pues los guidarios que le habían acompañado y que ahora se encontraban tras él se alarmaron al ver que uno de los suyos se desplomó en el suelo con un cuchillo clavado en la espalda. La gente se escandalizó, y los guidarios comenzaron a moverse rápidamente. Unos pocos se quedaron con el herido, otros pocos dirigieron a la gente a sus casas y Krauss los coordinaba. El grupo, por su parte, no se había levantado de la silla a causa del asombro.
—¿¡Qué puñetas ha pasado!? —gritó Alexia, quien se levantó para ver si su hermano estaba bien.
—Han atacado a un guidario —respondió Tyler —, y precisamente ahora…¿un golpe de estado?
—Lo dudo —afirmó Stella, levantándose —, estarían armando escándalo ahora, y fíjate. Todos se van a sus casas.
—¿Entonces que otra explicación tiene? —preguntó Sho, quien imitó a las chicas —. Deberíamos recogernos nosotros también.
—Sho tiene razón —dijo Arthur, quien también se puso en pie —, no podemos estar aquí sabiendo que hay un asesino suelto.
—En eso tienes razón, además…—la rubia se preguntaba si su hermano se habría recogido a tiempo. Necesitaba comprobarlo.
Pero Alexia se negaba. Quería ayudar a su hermano y atrapar al que había hecho daño a los suyos. Buscó una pista, cualquier cosa entre la multitud que lo llevara a él, y por más que miraba no encontraba nada. Se sintió frustrada. Tendría que hacerles caso y esconderse por no poder ayudar y ser más un estorbo. Apretó los dientes con fuerza y negó con la cabeza, pero cuando Arthur y Sho estaban tirando de ella, vio algo.
Era ella, la mujer de esta mañana. Caminaba de forma ligera, y nadie parecía verla con el escándalo. Miraba hacia ellos y los atraía con el dedo, como si quisiera decirles algo. La siguió con la mirada hasta que se introdujo por una calle. Alexia vio esa como su oportunidad.
—¡Esperad, he visto algo! —y sin esperar una respuesta, corrió atravesando la plaza. Los demás se sorprendieron y se miraron entre si, esperando que alguien dijera que era lo que tenían que hacer. Tyler, por su parte, alzó su lanza.
—Esa bruja se cree que por ser hermana del jefe guidario va a poder mucho, voy a por ella —respondió adentrándose en la plaza también. Arthur lo miró con una sonrisa tierna.
—A mi Alexia me cae muy bien, pero tiene un carácter temible —sonrió a los demás, imitando al chico de cabello castaño. Stella y Sho se quedaron allí.
—Ha dicho que es la hermana del jefe guidario, ¿no? —afirmó Sho, encogiéndose de hombros —. A mi madre le encantaría saber que me codeo con altas esferas como ella. También voy.
Stella notó la mentira de Sho enseguida, pero no pudo evitar sentirse mal por dejarlos ir. De momento solo habían atacado a un guidario, y su hermano era rápido, así que…¿por qué no?
—Idiotas —soltó antes de atravesar la plaza también, llegando hasta donde se encontraban todos.
Se adentraron en la calle y corrieron según las indicaciones de Alexia, que parecía ser la única que podía verla. Cruzaron una calle a la derecha, siguieron recto y a la segunda calle giraron a la izquierda. Cuando se dieron cuenta, estaban frente al muro que rodeaba Marlenia.
—Que vuelta tan inútil —comentó Sho.
—Cállate y fíjate en eso —respondió ella, pues la mujer albina estaba golpeando una roca que sobresalía ligeramente. Arthur, que fue el único que realmente le hizo caso, se acercó y acarició la piedra, sintiendo un ligero aire salir de ella. La apretó como si de un botón se tratara y sintió moverse la pared. Retrocedió unos cuantos pasos y vio como la forma de una puerta se movía con dificultad y dejaba abierto un pasadizo secreto. Todos se quedaron boquiabiertos.
—Alexia, ¿cómo sabías esto?
—Yo…bueno, da igual. Por aquí debe haber entrado el asesino. Debemos ir.
—¿Estás loca? Pueden matarnos —se quejó Stella.
—Pues quédate tú aquí, yo entro.
—Por favor, chicas, no vayamos a empezar como la otra vez. Entremos todos —dijo Tyler, intentando calmar a las féminas.
Finalmente todos le hicieron caso y se adentraron en el pasadizo, dejándose envolver por la oscuridad.