El grito de Ueki resonó entre aquella espesa vegetación. El joven comenzaba a preocuparse, y en serio. ¿Por qué razón podría haberse alejado su amigo? ¿Por qué no lo había despertado como la tarde anterior? ¿No había dejado ninguna señal o nota explicando su partida o si iba a regresar? Aquello parecía tremendamente sospechoso y ciertamente escalofriante.
Ueki repitió su acción, dejando que el viento arrastrara el nombre de Sano, esperando que pudiese oírlo allí donde se hallaba.
—
¡Tío, tranquilo! —consoló una voz entre los árboles. De alguna parte detrás de una gruesa palmera, apareció Sano, con un montón de gruesas ramas y hierba seca entre sus manos—.
Aquíestoy, aquíestoy... ¿Por qué tan agitado? Soy perfectamente capaz de defenderme yo mismo, ¿sabes? —el muchacho guiñó un ojo, haciendo referencia a los múltiples duelos de espada que habían tenido desde la infancia.
Ueki se llevó la mano al pelo y dejó salir un suspiro. Por lo menos todo estaba bien, no importaba el enfado. Ya volvería con Sano a la playa y podría batirse a duelo con él para dejarle claro que con aquellas cosas no podía ju...
—
Por cierto, me he encontrado a alguien en el camino... —apuntó Sano, señalando a algún lugar detrás suya con la cabeza. Como si hubiese esperado aquella señal, desde la vegetación apareció una mujer portando un elegante kimono y cargando hierba seca entre sus brazos, tal y como el otro chico.
—Pensamos... quiero decir, pensé, yo, yo pensé que sería una buena idea ayudar a un par de náufragos —comenzó la mujer, frenéticamente, sin realmente mirar a ninguno de los dos muchachos—.
Porque sois náufragos, ¿no? A lo mejor no; a lo mejor sois otra cosa. Vaqueros no, por lo menos, que no tenéis pinta de vaqueros. ¿Un poco de leña para antorchas y fogatas? Aunque claro, a lo mejor a tu amigo no le interesa tener antorchas, Sano. A lo mejor no... o a lo mejor sí. ¿Tú crees que sí? Porque yo creo que sí. Aunque si es un vaquero, a lo mejor y no...