Sonidos metálicos. Una armadura gigante. Emblema de Sincorazón. Por mi cabeza rápidamente pasó la traducción de aquellos tres elementos juntos, de la situación en la que había ido a meterme:
Problemas. Problemas muy gordos.
El que parecía ser el padre de los Sincorazón que nos habíamos cargado avanzaba hacia nosotros con pasos que hacían temblar el suelo de las toneladas que debía pesar. Hitori me preguntó qué debíamos hacer, pero le ignoré: tomé mi cuaderno de notas y comencé a apuntar aquel comportamiento. ¿Había aparecido por los Sincorazón que habíamos eliminado? ¿Sería su líder? Tal vez aquellas oscuras criaturas no fuesen tan tontas después de todo si podían organizarse en grupos y elegir al más fuerte de ellos como su jefe. Si hasta incluso este venía a proteger a los demás, o vengarse de nosotros. Todo aquello era información muy jugosa.
Tanto, que acabé no dándome cuenta de que había llegado hasta la fuente y que sus dos enormes ojos amarillos me observaban a través del casco. Su altura era descomunal; desde el piso inferior podía alcanzarme la vista. Tragué saliva.
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¡Hola! —saludé tontamente, sin saber qué decir—
. Eh... Buen día, ¿no?No supe si había entendido mi idioma siquiera. El Sincorazón, sencillamente, pegó un salto descomunal y al segundo después me encontré corriendo en dirección contraria mientras una sonora lluvia de metálicas piezas caía detrás de mí, intentando aplastarme en mi huida.
Supuse que Hitori venía detrás de mí, o más le valía, pues no pensaba detenerme por nada en aquel mundo. Estaba demasiado debilitado por el desastroso ataque conjunto que acabábamos de realizar, como para intentar hacer frente a un señor Sincorazón. Abrí corriendo la puerta del Distrito 1 y, una vez pasó mi compañero, la cerré de golpe. No sin antes observar cómo la Armadura, nombre que mi mente rápidamente le puso, había vuelto a recomponerse y se movía rápidamente en nuestra dirección. Cerré de un portazo y me eché atrás apuntando con la Llave Espada, haciendo aparecer la sombra de una cerradura en la entrada y lanzando un halo de luz a esta. Un pequeño sonido de cierre me relajó, junto con un temblor en la puerta que correspondí a que la Armadura había chocado con ella.
Me tiré al suelo, cerca de la puerta de la Orfebrería, y jadeé con fuerza mirando al cielo. Aquello había estado cerca, tanto que casi podía ver pasar mi vida por delante de mis ojos. Noté que por mi frente estaba resbalando algo de sudor que no tardé en limpiarme con la manga de la camisa.
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Vale —señalé con el dedo a Hitori—
. Ha sido... Un día... Provechoso, ¿eh?Me levanté con esfuerzo y temblando ligeramente, notando cómo me temblaban las piernas del cansancio de la lucha y de la carrerita que acababa de pegar. Me quité las gafas, pues el calor de mi cuerpo había comenzado a empañarlas, y las guardé en uno de los bolsillos de mi pantalón.
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Vámonos a casa. Tengo ganas de una ducha...—
¿Ivan?No. No, no, no.
Me mordí la lengua nada más oír aquella voz, reconociéndola al instante. Sabía
demasiado bien de quién era. Era inevitable no volver a verle, y tendría que visitarle antes o después... ¿Pero tenía que ser en ese momento? ¿Completamente sudado? ¿Con Hitori? Oh, aquello me enfadó más. Como dijese que había hecho un amiguito me moriría de vergüenza. Busqué lugares por donde huir, pero, a menos que saltara al callejón, no había escapatoria. Y hacer aquello sería demasiado llamativo.
Dirigí mi mirada hacia mi derecha, a la rampa que comunicaba con la plaza del Distrito, y saludé amargamente al hombre que se acercaba hacia mí con una amplia sonrisa. Mis labios, por otra parte, no podían ocultar una significativa mueca de desagrado.
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Hola, papá.