Cronología:
> Después de “El castillo embrujado” y “Ocaso de una estrella”
La habían pillado. Con las manos en la masa, como se suele decir. Y, en esta ocasión, Hana no tenía escapatoria. Tenía que huir. Huir, por su vida. Correr como nunca había corrido. Puede que su vida en Tierra de Partida no volviera a ser igual a partir de entonces.
Porque, efectivamente, había sido cazada por un moguri en una de sus muchas siestas en los Jardines. Por lo general, se solía escaquear y esconder bastante bien, en diversos sitios que poca gente frecuentaba, a fin de descansar y vaguear durante todo el día. Le gustaba entrenar, pero se auto valoraba tan bien, que creía que no le hacía falta. Y, por lo tanto, nunca tenía nada que hacer.
Sin embargo, en aquella ocasión, uno de aquellos animales de divertido pompón la había vislumbrado entre la maleza, y con la férrea convicción de que los jóvenes tenían que ser más activos, había comenzado a pedirla que le ayudara a quitar las malas hierbas del césped, y a golpearla con el palo de un rastrillo, ante la firme negativa de la joven.
Así pues, Hana se vio metida en una carrera contrarreloj para escapar de aquel obstinado moguri, que parecía no tener otra meta en la vida que intentar educar bien a los futuros Maestros de Tierra de Partida. ¡Y ella no se iba a dejar, no señor!
Finalmente, consiguió darle esquinazo. Sin pretenderlo, correr de semejante forma, como si salvara de verdad su propia vida, le había servido al menos para darse cuenta de que necesitaba entrenar más cuestiones de velocidad y resistencia. Tuvo que detenerse a respirar adecuadamente durante unos minutos, mientras estaba atenta a que el moguri no reapareciese.
Y, pese a que no lo hizo, no se quiso confiar. No volvió a salir a los Jardines, sino que pensó en buscarse otro lugar dentro del castillo donde estar. Se le ocurrió, entonces, el gimnasio, puesto que por aquellas horas no solía haber nadie. Además, no quedaba muy lejos.
Nada más abrir la puerta de la habitación, se dio cuenta de que había sido un error pensar que iba a estar vacío. Era lo que tenía la superpoblación de Tierra de Partida: había más aprendices que salas en aquel castillo. No era de extrañar que más de uno hubiese emigrado. El gimnasio estaba ocupado por otras dos personas, a las que Hana no conocía. Una parecía haber acabado de pasar, como ella; en cambio, la otra, había estado entrenando con la Llave Espada hasta entonces.
—
Oh, venga ya. Pensaba que esta habitación ya no la utilizaba nadie —comentó—.
Sólo es el sitio donde los novatos entrenan porque no se atreven con el mundo real.Y no es que Hana fuera una experta, precisamente, en la realidad que mencionaba. Ni siquiera había salido de Tierra de Partida. Pero, por supuesto, eso no lo iba a decir.
La joven pensaba que, si los amedrentaba un poco o les desagradaba la presencia de la muchacha, se marcharían enseguida. Así, podría disponer del gimnasio para ella sola. Pobrecita. No sabía cuán equivocada estaba.