La noche volvía a reinar en la ciudad de los acogidos. Desde la aparición de los Sincorazón a lo largo y ancho del intersticio, los llamados Caballeros de la Llave-Espada parecían pasarse más de vez en cuando por Ciudad de Paso, bien para velar por la seguridad de sus habitantes, algunos nativos de otros mundos, como para reclutar a nuevos pupilos.
El caso es que Sôkar no los conocía, puesto que para él, todos los humanos eran iguales. Pues se comportaban de la misma forma cada vez que alguno se lo encontraba en los oscuros callejones.
Salían despavoridos, o le atacaban. Los más gamberros le tiraban piedras, mientras que los más cobardes huían sin apenas comprobar si se trataba o no de uno de aquellos monstruos. Aunque claro, ¿por qué no hacerlo? Su aspecto era cuanto menos semejante al de un Sincorazón, aquellas criaturas que vagaban por las calles en busca de corazones con los que alimentarse.
Aquella noche no iba a ser distinta en la rutina de Sôkar. Subido a uno de los techos cuan gato callejero, contemplando las estrellas que comenzaban a iluminar el cielo, tenía la opción de siempre: buscar comida.
Eso sí, ¿al sitio de siempre? ¿O puede que la rutina le matara a tales extremos de querer un poco de acción? Quizás si se adentraba en los distritos más alejados de la población, pudiese encontrar algo interesante, siempre teniendo cuidado de los Sincorazón. O quizás fuese lo suficiente precavido y se dirigiera al lugar donde solía buscar comida desde que llegó a la ciudad.
Lo principal era evitar a los humanos a toda costa, pues últimamente andaban más irritados que de costumbre con la presencia de los Sincorazón.