Un día libre. Perfecto.
Y no iba a ser un día como otro cualquiera. En esta ocasión saldría por fin de Tierra Partida para explorar nuevos mundos. Hasta ahora sólo había salido de aquel mundo para visitar Tierras del Reino, pero en aquella ocasión había ido acompañado por Kousen y el Maestro Kazuki debido a un asunto relacionado con los sincorazón.
Se sentía bastante nervioso, pero se había autoconvencido de que tenía que hacerlo. Era cierto que estaba planeando unas interesantes aventuras con Myxa en otros mundos, pero antes de viajar con su amiga quería demostrarse de que era lo suficientemente fuerte para defenderse solo. Ya no era en absoluto aquel debilucho que se enfrentó a los sincorazón en París, había aprendido varios trucos que estaba deseando probar contra sus enemigos.
La pregunta era qué mundo debía visitar solo por primera vez. Si era sincero consigo mismo, sentía mucha curiosidad por el mundo del que le había hablado Mei: Bastión Hueco, donde vivían los malos. Sin embargo, no estaba loco. Era más fuerte, pero no se había vuelto tan imprudente como para meterse directamente en la boca del lobo.
Tras desayunar una rápida comida preparada por su apreciado cocinero de nombre impronunciable, se volvió a su cuarto. Allí se comenzó a equipar para el viaje: dos pociones, una daga… Mientras recogía, sus ojos se fijaron en el bloc que tenía sobre la mesa. Dudó unos segundos sobre si debía llevárselo, pero enseguida rectificó y decidió dejarlo ahí, todavía no había llegado el momento de usarlo. Por último, agarró la capa que guardaba de su mundo y se la puso. Si estaba en Tierra de Partida, había días en los que decidía no ponérsela; sin embargo, tenía claro que ese recuerdo le acompañaría a todos los mundos que visitase. Cuando creyó que ya estaba listo se dirigió hacia los jardines.
Se aseguró de que no había nadie conocido antes de entrar en los jardines. Ya estaba bastante intranquilo, no quería que nadie le comenzara a hacer más preguntas sobre lo que planeaba hacer y le pusiera más nervioso. Afortunadamente, ninguno de sus amigos estaba allí en ese momento.
— Vamos allá. —musitó Bavol y soltó un soplo de aire por la boca intentando tranquilizarse.
Seguidamente lanzó con fuerza su Llave Espada al cielo, la cual se convirtió en su Glider. Llevaba ya bastante tiempo sin usarlo, esperaba no haberse olvido de cómo se usaba. Invocó su Armadura y nerviosamente se subió al Glider agarrándose con fuerza por donde pudo.
Cuando el Glider comenzó a ascender Bavol cerró los ojos casi instintivamente muerto de miedo; no obstante, en cuanto observó más de cerca y las estrellas y se aseguró de que todo estaba bien, sonrío relajado.
— ¡A la aventura! —exclamó Bavol y aceleró su vehículo en busca de algún mundo que le gustara.