Doctor Who ~ The Bells of St. John - Spoonheads
—No lo sé. Habrá que improvisar —fue lo único que me indicó la Maestra. Confirmando su decisión, asentí—. Tú ocúpate de Ragun y espera mis órdenes. Garuda...
—Bien...
Obedeciendo las órdenes de su dueña, el ave alzó vuelo, sin importar que estuviese cargando con nosotros. Incluso con el peso de Nanashi y con el mío, el fénix se levantó en el aire en cuestión de momentos, sin que su cuerpo exhibiera consecuencias algunas del esfuerzo.
Miré hacia abajo, completamente seguro de que el agarre de Nanashi sobre mí y el mío sobre ella me impediría caer. A metros y metros bajo mis pies podía contemplar el río de Villain's Vale, recorriendo el terreno como una pequeña culebrilla de color zafiro. El escenario que sobrevolábamos era hermoso, con extensos mares de hielo, el castillo perdido como un punto en el horizonte, la ciudad destruida rodeada por aquella cintilla color celeste; todo iluminado por la violácea luz de Bastión Hueco... Y la brisa... el viento que golpeaba mi rostro, producido tanto por el vuelo como por el batir de alas de Garuda. ¡Incluso la tensión de mi cuerpo, arrastrado por la gravedad pero sostenido por la Maestra!
Volar era una sensación magnífica. Y nunca, nunca, me cansaría de ello. Estuve a punto de gritar de emoción, incluso, pero tuve que contenerme para no comprometer nuestra posición. ¡Pero seguía siendo tan irresistible!
—Ahí están —murmuró mi Maestra en un momento dado, tras explorar los alrededores por varios minutos. Su voz fue sólo un susurro que el viento arrastró lejos, por lo que por unos instantes creí que me lo había imaginado. No obstante, en cuanto Garuda volvió a tomar altura y yo miré hacia abajo, encontrándome con la figura de Gilgamesh agachada en el río, supe que era momento.
Ragun se encontraba a sólo unos metros, recargado contra una farola. Por la manera en la que su pequeña silueta se sacudía contra ella, supuse que estaba atado o encadenado. Y cerca de él, amenazante, se acercaba el Sincorazón verde que había estado acompañando a Gilgamesh.
Sufrimos una sacudida en pleno vuelo, durante la cual no pude evitar que se me escapara el aliento por la impresión. Sin previo aviso, Garuda comenzó a bajar en picada, veloz como una flecha, dirigido en dirección a Ragun.
—¡Suéltate! —ordenó mi Maestra.
—¿¡Qué!? —grité yo a manera de respuesta, sin que mi mente pudiese comprender en su totalidad la exlamación de Nanashi. Sin embargo, en cuanto la mujer me soltó a unos escasos metros del suelo, supe que tenía que reaccionar rápido. Caí la poca distancia que me separaba del río a una velocidad mayor a la que estaba acostumbrado, por lo que me lastimé un poco las rodillas y la espalda al intentar aterrizar. Una precisa voltereta, empero, fue suficiente para amortiguar gran parte del impacto. A mitad del camino, me ocupé de materializar mi Llave-Espada, completa, en mi diestra.
De reojo contemplé cómo Nanashi acababa con el Sincorazón con sólo un hechizo, además de romper las ataduras de Ragun con dos apropiados cortes de su Llave.
—¿Pero qué…? —pronunció Gilgamesh con evidente sorpresa, mientras se levantaba rápidamente del río. Luego pudo contemplar con horror cómo el pequeño corazón ascendía hacia las alturas, ante lo que exclamó desesperado—: ¡¡Enkidu!! ¡¡No, amigo mío, no me dejes otra vez!!
El guardián cayó de rodillas al suelo, llorando la pérdida de su amigo. O mascota, lo que hubiera sido. Si no hubiese sido por lo antinatural de su relación, me hubiese permitido sentir lástima por él; pero, sabiéndolo mi enemigo, tuve que obligarme a guardar aquel sentimiento. Frío, le apunté con la Llave-Espada, aunque esperé las órdenes de mi Maestra para hacer cualquier cosa.
—Ese martillo... Es una llave-objeto —murmuró entonces la mujer. Sin comprender, me giré hacia ella para ver hacia dónde se dirigía su mirada. Sus ojos estaban posados en un martillo de cristal que Gilgamesh llevaba atado al cinturón.
—¿Es impor--? —estuve a punto de preguntar. No obstante, Nanashi me interrumpió casi al instante:
—Marchaos de aquí.
No obstante, ella no exhibió intención alguna de acompañarnos. Se colocó en posición de guardia, dispuesta a enfrentarse contra Gilgamesh.
No tuve que pensarlo dos veces. Igual que la primera vez, mi decisión estaba clara: estaba más que dispuesto a ayudarla.
—Sí, Maestra —confirmó Ragun. Luego de ello, quiso saber mi opinión—: Xefil, ¿vienes?
—No, lo siento —respondí, girando mi cabeza hacia él para dedicarle una sonrisa pícara—. Me quedaré otro rato.
Tras la partida de Ragun, imité a mi Maestra y preparé mi Llave-Espada, mientras clavaba mis ojos en Gilgamesh. Aprovechando que el pobre hombre aún sufría la pérdida de "Enkidu", le apunté con dos dedos en vertical, mientras susurraba para mí mismo <<Libra>>.
Tenía seis brazos. Muy seguramente era un guerrero ágil e impredecible. Asumiendo que su estilo de batalla fuese como yo me lo imaginaba, no había manera alguna en que pudiese superarlo en cuanto a velocidad se refería. ¿Entonces qué debía hacer...? ¿Salir disparado contra él, directamente? ¿Dejar que Nanashi se le enfrentara, mientras yo apoyaba desde la distancia?
Apreté los dientes, sabiendo que me había metido en un aprieto por mi orgullosa decisión de demostrarle a Nanashi mi crecimiento como Aprendiz. ¿Y si terminaba siendo más un estorbo que una ayuda? Me mordí el interior de la mejilla, esperando que la situación no llegase hasta eso.
Dividí mi Llave-Espada en dos dagas, mientras pensaba en lo que podía hacer para ayudar a Nanashi. Sabiendo que podía acertar con mis hechizos a Gilgamesh incluso con mi pésima puntería, tenía que prepararme para disparar alguno si el hombre se lanzaba contra cualquiera de los dos, en un intento por desequilibrarle. Y si lográbamos empujarlo al río, muy probablemente lograríamos deshacernos de él...
Pero la prioridad no era derrotarlo. Era obtener la Llave que llevaba atada al cinturón. Si tan sólo pudiese estirarme y alcanzar...
—Eso es... —susurré, a la par que dibujaba una sonrisa.
Esperaría el momento adecuado, cuando Gilgamesh arremetería contra Nanashi, esperando que estuviese distraído. O sino ocurría de esa manera, supuse que bastaría con gritar, con una sonrisa estúpida dibujada en el rostro, "¡Enkidu, has vuelto!" para que perdiese toda concentración.
Llevar las cosas atadas al cinturón es una práctica común. ¿Y por qué se pone la gente las cosas al cinturón? Para tenerlas al alcance y sin mucho esfuerzo. De tal manera que, mientras Gilgamesh estuviese distraído, era perfectamente posible usar mi Magnetokinesis para arrancarle el martillo con un preciso estirón hacia arriba, levantándolo hasta que estuviese fuera de su alcance. Una vez allí, Garuda podía tomarlo o, tal vez, Nanashi y yo podríamos aprovechar para acabar con el guardián.
Sonaba como una buena idea, y por ello sonreí incluso más, mientras colocaba mis dagas en posición defensiva.