Cronología:
18 de agosto
Bavol: Encuentro Cosas de niños > Encuentro Dulces Prejuicios > Encuentro Déjà vu
Kai: Prólogo Invasores > Encuentro Dulces Prejuicios
Ya habían pasado un par de días desde que Kai Sheng, descendiente de un clan de guerreros en la Tierra de Dragones, fue reclutado como Caballero de la Llave Espada. Al estar acostumbrado a entrenarse todos los días, pensaba que no le costaría mucho adaptarse a su nueva vida, aunque también estaba el tema de los otros aprendices.
Como único discípulo de su abuelo, siempre había entrenado solo, y le costaba reconocer que se sentía un poco nervioso a la hora de presentarse a los otros discípulos de los maestros de Tierra de Partida. Quería dar una buena impresión a los maestros, pero también a sus futuros compañeros.
Aquel día, Kai optó por investigar un poco las instalaciones del castillo con la escusa de encontrarse con algún aprendiz que deambulase por los pasillos y darse a conocer. Por desgracia, el joven aún no se orientaba muy bien por el castillo y acabó en una de las instalaciones en la que pocos aprendices encontraría: las cocinas.
Allí solo encontró a un puñado de moguris, criaturas que se encargaban de casi todas las labores domésticas del castillo, yendo de un lado a otro. El aprendiz, decepcionado por sus pésimas dotes de orientación, vio que allí no pintaba mucho y prefirió irse a otra parte. Pero antes de abandonar las cocinas…
—¡Que desastre! ¡¿Cómo ha podido ocurrir tal calamidad, kupó?!
Un grupo de tres moguris que parecían discutir sobre algo llamó la atención de Kai. Dos de ellos intentaban calmar al tercero que había estado pegando los gritos. El chico, intrigado, se acerco al trío de moguris.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Kai.
Los tres moguris dirigieron la mirada al chico al unísono.
—¡¿Que si ha ocurrido algo, kupó?! —el moguri que parecía estar mas alterado se aproximó a la cara de Kai tanto que el joven tuvo que arquear la espalda para que hubiese una distancia mínima—. ¡Te diré lo que ha ocurrido, kupó! ¡¡una catástrofe!!
—Nos… nos han robado la tarta, kupó —dijo uno de los moguris desanimado.
—Espera ¿estáis montando este alboroto por una tarta?
—¡No por una tarta, kupó! ¡LA tarta! —rectificó el moguri—. Una belleza de cinco pisos formada de nata y fresa, kupó.
—Iba a ser el postre del menú de hoy, kupó, pero… algún desalmado ha aprovechado un despiste nuestro y se la ha llevado en menos que canta un gallo, kupó.
Mientras los moguris se lamentaban, Kai intentaba imaginarse semejante mastodonte de repostería. Le costaba creerse que alguien hubiese robado algo tan grande sin que nadie se diese cuenta.
—¿Y nadie ha visto al sospechoso llevarse la tarta? —indagó Kai en el asunto.
—Otro compañero moguri pudo ver al culpable, kupó —respondió uno de los moguris—. Nosotros estábamos en la despensa. Entonces oímos a alguien gritar “¡Al ladrón, kupó!” y para cuando salimos a ver que había pasado, la tarta no estaba.
>>De nuestro compañero no sabemos nada, kupó. Aún no ha aparecido y el resto de los moguris no lo han visto por ninguna parte, kupó.
—Como el chef se entere de que nos han robado la tarta delante de nuestras narices nos cae la del pulpo, kupó…
—Esta bien, esta bien, no tengamos esos ánimos —alentó el joven—. De momento tenemos a un misterioso ladrón de tartas y el único testigo que hay se encuentra en paradero desconocido —el aprendiz se llevó la mano al mentón—. Ahora que lo pienso ¿es la primera vez que os roban en la cocina?
Al lanzar aquella pregunta al aire, los tres moguris reaccionaron al unísono.
—¡Eso es, kupó! ¡seguro que ha sido el niño de la última vez, kupó!
—¿Un niño? —Kai arqueó la ceja ante la idea de que un niño fuese el culpable.
—Así es, kupó —afirmó uno de los moguris—. El otro día, un niño de piel morena y pelo negro nos engañó para que saliésemos de la cocina y aprovechó para birlarnos un par de pastelitos, kupó.
—Creo que se llamaba… ¡Bavol! ¡Eso es, kupó!
—Así que Bavol… —musitó Kai—. ¿Y ha pasado de robar un par de dulces del tamaño de un puño a una tarta del tamaño de un dragón?
—No ha podido ser otro, kupó. El pequeño gamberro ya tiene antecedentes —justificó el moguri.
—Nosotros no podemos ir en su búsqueda, kupó. Tenemos mucho que hacer. —negó el moguri con la cabeza—. Así que te toca a ti cazarlo u hoy no hay postre, kupó.
El aprendiz suspiró y dejó caer las manos sobre sus caderas. El que un niño pequeño hurtase un par de pasteles le parecía, simplemente, cosas de niños. Pero dejar a un castillo entero sin postre ya se trataba de una gamberrada mayor.
—Está bien, iré a hablar con ese tal Bavol.
El joven Sheng se ajustó la bufanda y salió de la cocina para empezar con la búsqueda del principal sospechoso.