Daisuke entró en el campamento lleno de fuerza. Nadie le detuvo en su carrera: tampoco hubiesen podido. Se estaba librando una guerra allí mismo.
Exuy pudo ver cadáveres de soldados tirados por los suelos, mientras otros luchaban entre sí y daban muerte a algunos hunos. Sin embargo, el ser incapaces de distinguir a sus enemigos dejaba en clara desventaja al ejército chino: algunos se mataban entre ellos, otros se negaban a luchar pensando que estaban frente a sus aliados.
Se trataba de una total carnicería. Los hunos estaban ganando la batalla por estrategias tramposas, se ocultaban tras rostros falsos para matar a los chinos sin oportunidad de que apenas se defendieran. Además, los soldados chinos eran mucho menos numerosos: la mitad del ejército, aunque no lo supiera, había marchado a otra batalla. Si a los que se habían quedado se les restaba todos los hunos infiltrados, la inferioridad numérica era abismal.
Pero entre todos los hombres, uno de ellos luchaba bravamente. Con sólo su espada y su espíritu, un hombre musculoso y con un casco con motivos de dragones chinos luchaba contra tres hunos a la vez. Llevaba colgado al cuello un curioso colgante con la forma de una gota, una lágrima hecha de hielo; y de inmediato, a Exuy pasó a dolerle la cabeza al verlo.
Daisuke dejó en el suelo a Exuy y sacó su espada. Se acercó al hombre, el cual de un tajo logró herir a los tres hunos; se giró para encontrarse con el gigantón de seis brazos, el cual esperó pacientemente a que terminara con sus enemigos.
—¡Señor Li! —Gilgamesh cruzó dos de sus brazos y rio en alto, lleno de confianza—. ¡Por fin nos conocemos! ¡Ah, el fragor de la batalla! Dos espíritus guerreros que chocan, preparados para acabar el uno con el otro...
—Creo que no es un buen momento, hijo.
—¡No hay otro momento! —Gilgamesh se agachó al suelo y tomó dos lanzas del ejército chino, dirigiéndolas hacia el hombre—. ¡Reclamo una batalla a muerte! ¡Sin objetos! ¡Destino Final!
Li gruñó, pero tomó su espada con ambas manos para hacer frente al gigante. Daisuke rio y se preparó para la batalla, acompañado de su fiel aliado perruno e ignorando a los hunos y soldados chinos a su alrededor.
Pero esta no llegaría. Hiro y Kousen llegaron justo en ese momento; el segundo gritaba que los hunos ya habían llegado, y había invocado la Llave Espada. Li abrió los ojos como platos e intentó pasar por al lado de Gilgamesh, el cual clavó sus ojos en el arma del chico.
—¿¡Han llegado al pueblo!? —interrogó el general. Su paso fue cortado por una de las lanzas de Gilgamesh.
—¡Esperad! ¡Este es mi momento de gloria y me lo estáis arruinando! ¿Por qué tienes Llave Espada? ¿¡Eres un espía!? ¡¡No te llevaras a mi general!!
Y para empeorar la situación, también llegó Hikaru. Él también iba con su Llave Espada en mano, siguiendo las instrucciones para encontrar a Li. La mandíbula de Gilgamesh se desencajó al descubrirle y se llevó las manos a la cabeza.
—¡No! ¡Tú no! ¡Esta traición...! ¡Acabaré con vosotros! ¡Vamos, niño, acaba con todos ellos!
Gilgamesh dio la espalda a Li, dirigiéndose hacia los portadores de la Llave Espada. Un campo de energía se levantó alrededor de ellos, aprisionando a Li y los Caballeros dentro del campo de batalla. Los seis brazos del hombre se cargaron de fuerza, y liberó un grito de rabia.
—Es la hora de las tortas.
Fátima
Fátima era una persona muy injusta. Era lo único que podía pensar el huno, pues la batalla la tenía asegurada antes de su aparición; era una variable en la ecuación con la que no contaba.
Primero intentó ignorar a la mujer y cargó una flecha hacia Mulan. Sin embargo, un Electro de la joven le alcanzó en las manos, haciéndole fallar el tiro. El huno gruñó y espoleó a su montura, volando a toda velocidad hacia la soldado y su capitán; pero un nuevo hechizo lanzado con total precisión, un Perla que golpeó en una de las alas del Wyvern, le hizo cambiar de opinión.
—¡Estás empezando a ser un incordio, niño!
El arquero se colocó en pie encima de su montura y saltó a unos metros de distancia de Fátima, cargando su arco durante la caída. Una flecha helada se dirigió hacia ella y la guerrera le esquivó por apenas unas décimas de segundo.
Pero se trataba de una distracción. El Sincorazón que le acompañaba voló por su espalda hasta colocar sus patas justo encima de su cabeza. En unos rápidos movimientos, sus garras comenzaron a clavarse en su pelo y tiraron de su carne en un intento de arrancarle la cabeza.
Probablemente lo hubiese logrado, si no fuera gracias a Feng. El soldado disparó una flecha de fuego que pasó por encima de la cabeza de Fátima, clavándose en el pecho del Wyvern, el cual gritó de dolor y salió volando por encima de sus cabezas, preparando sus próximos ataques. No tardaría en contratacar.
Y tampoco el huno. Aprovechando la distracción proporcionada por su aliado, había logrado multiplicar su cuerpo en tres de ellos, seguramente producto de una ilusión. Pero esta ilusión se hizo muy real cuando los tres apuntaron directamente hacia Feng, el cual corría en dirección a Fátima para socorrerla, y le alcanzaron con tres flechas diferentes: una de electricidad, otra de hielo y una más de fuego.
Feng gritó de dolor e intentó devolver una de las flechas al huno del centro, pero este sencillamente se desvaneció al alcanzarle el ataque. Feng sangraba horrores y parecía muy dolorido: se dejó caer al suelo de culo junto a Fátima, con los tres pryectiles aún clavados en su espalda.
Ambos hunos cargaron sus flechas al mismo tiempo. Estaba disfrutando con aquel sufrimiento.
—Chinos. Siempre tan patéticos.