—Cham, esa es realmente una buena pregunta, cham —. Se paró el panda tras que Albert le hablase —. A ver… recuerdo que siempre he estado aquí, cham, pero tampoco se que he hecho aquí, cham.
No entendiendo muy bien a que se refería el animal, y aprovechando a que delante nuestro había un río con unas pequeñas placas de hielo que iban a necesitar algo de magia para serme útiles, me dirigí hacia Yancham para intentar entender su respuesta.
—¿Acaso tienes amnesia, Yancham?
—¡No, cham! Si tuviese amnesia estaría intentando recordar cosas, cham —respondió bruscamente el animal cruzándose de brazos —. Lo que pasa es que un día estaba de pie en el bosque y nada más, cham. Como si antes de eso no hubiese existido nada, cham. Lo único que tenía eran estas ganas de ser mas fuerte, cham, algo que me gusta a decir verdad, cham.
No, nadie iba a discutirle esa parte, pero lo que contaba Yancham era bastante extraño. Alguien que había aparecido en el bosque y no sabía que hacía en él… quizás fuese por-
—Bueno, cham ¿quieres que te ayude a pasar o no, cham? —me habló de golpe el panda sacándome de mis pensamientos.
—Si, si. Voy a congelar un poco más el agua. Alber, echame una mano con esto, ando bastante al limite de mis energias —expliqué acercándome al agua y apuntando con mi mano hacia ella —. Hielo.
Imaginé que Albert me ayudaría, por lo que entre los dos pudimos crear un solido puente de hielo que no iba a romperse incluso aunque pasáramos los cuatro a la vez. Avanzando con cuídado y bajo la vigilancia del oso panda para no caérme, crucé al otro lado y esperé a que la otra pareja llegara antes de seguir avanzando.
—Creo que sé lo que le ocurre a Yancham —le susurré a Albert colocándome al lado de él para que ninguno de los osos nos escuchase — ¿Recuerdas que esto es un libro, verdad? Hay páginas en blanco para ir llenándolas con el avance del paso del tiempo en este mundo, pero ¿y si alguien intentara escribir en esas paginas? —. Dejé la pregunta en el aire para que Albert entendiese a donde quería llegar —. Posiblemente algún aprendiz o moguri despistado, quizá hasta la Maestra Yami, cogiesen un día y escribieran en el libro sobre la existencia de Yancham, por eso ha estado siempre aquí, pero no sabe el que hace aquí.
Siguiendo por el camino, fuimos poco a poco acercándonos a la salida. Pero claro, no podía ser un viaje fácil, no, tenía que aparecer un último obstáculo. Frente a nosotros y obstruyendo totalmente la salida al túnel se había formado una capa de hielo que no se iba a derretir por mucho que se lo dijéramos. Fui a lanzar un hechizo Piro para ver si así desaparecía, pero lo único que sentí salir por mi mano fue un ligero cosquilleo y unas chispitas que dejaron ver que había alcanzado mi límite de energía.
—Ni que esto fuera un problema, cham —se apresuró a decir el osito blanco y negro chocando sus puños y dando unos pasos —. En esta zona por alguna razón, cham, se suele formar hielo al final del día, cham, nada que mis puños y yo no podamos cargarnos, ¡cham!
Yancham se dispuso entonces a golpear la helada pared, pero antes de que lo hiciera grité para que se detuviese y me dirigí a Albert.
—Creo que este es buen momento para cumplir lo prometido. Albert, hoy vas a aprender a usar Piro —declaré sonriente —. No tienes que preocuparte de nada, simplemente ponte delante del hielo y relájate —. Le empujaría si era necesario y me quedaría a su lado para que se calmara —. Bien, concéntrate en el muro y levanta tu mano hacia él. Ahora piensa en cosas ardientes, hogueras, antorchas, creé incluso que tienes el fuego en tus manos —. Pausadamente le iría dando las instrucciones para que realizara el conjuro —. Envía tu magia hacia tus dedos, siempre sintiendo como si en tus venas no hubiese sangre si no fuego. Con tranquilidad crea la esfera y libérala.