Mientras esperaba una respuesta de Akio al mensaje que le había enviado, la cual nunca llegó, Neru se dirigió a Minna para preguntarle por la maldición que había mencionado. La mujer le miró por encima del hombro, literalmente, pero no con una actitud de desagrado como la manifestada por la Reina.
―Maldición, locura… Llámalo como quieras. ―Se encogió de hombros―. El monstruo arrasa con las aldeas, pero se dice que la mayoría de las muertes se producen entre humanos. Les enloquece y provoca que se asesinen entre ellos ―repitió prácticamente lo dicho por la Reina. Al darse cuenta, añadió, no sin antes mirar de reojo a Burke como si sospechara algo―. La Reina es imbécil ―Humbert se revolvió, incómodo―. De ser verdad, esta partida de caza es la peor estrategia que se le puede ocurrir a nadie. Nos mataremos entre nosotros antes de enfrentarnos a la bestia. Lo cual, por supuesto, no le importa. Ya ha demostrado que arriesgará todas nuestras vidas si eso da la oportunidad al superviviente de acabar con el peligro.
El carromato lo dirigía un hombre mayor, tosco y malhumorado, que les fue contando las instrucciones que había recibido por encima del hombro. Les iba a llevar a la última aldea que había atacado el Mistgunst; a las afueras, pararía y les esperaría con los caballos durante una semana. Si para entonces no habían regresado, asumiría que habían muerto y regresaría a notificárselo a la Reina. El encargo era peligroso, pero estaba tan bien pagado que no había podido resistirse.
El viaje duraría hasta el día siguiente, puesto que harían una parada por la noche para descansar (o mejor dicho, para que descansaran los caballos). Tenían provisiones para varios días, que se dividirían cuando se separaran. Mientras tanto, podían cogerlas libremente (estaban en bolsas y cajas apiñadas a la espalda del conductor) si tenían hambre o frío. Sobre todo lo segundo, porque corría un aire que helaba los huesos.
El resto del camino fue bastante silencioso. Podían hablar entre ellos, porque el resto de cazadores no parecían muy animados ni abiertos al diálogo. Humbert se había quedado dormido (algo admirable, dado el traqueteo del camino), Garin limpiaba y afilaba todas sus armas (espadas en su mayoría) con excesivo mimo y Minna, en cambio, miraba el paisaje de su espalda perdida en alguna cavilación.
En algún momento durante este, Ariasu volvió a ponerse en contacto con Adam tras su silencio anterior:
―¿Cómo va la cosa? ¿Bien? ―le sobresaltaría de nuevo―. No respondas o creerán que estás loco. ¿A qué esperas para mover el culo? ¡Se supone que estás infiltrado entre ellos! Sácales información, conspira con los otros cazadores… ¡lo que sea! ―Hizo una breve pausa―. Siempre estaré cerca, por si acaso te pillan. Ahora mismo tengo entretenido a Akio y espero retrasarle hasta el final de la misión. Con un poco de suerte el sincorazón se encargará de los aprendices.
Ariasu no pareció percatarse en que Adam correría el mismo peligro al enfrentarse a la misma criatura. Y siendo novato, quizá más. Calló y no volvió a escucharla.
Pasaron algunas horas antes de que Humbert despertara y, tras mirar a su alrededor, carraspeara para llamar la atención de todos.
―Vamos a una expedición de caza juntos, por lo que creo que no estaría mal que nos conociéramos un poco mejor para confiar los unos en los otros ―propuso―. Por ejemplo, ¿por qué estáis aquí?
―Empezaré yo ―se ofreció Minna con rapidez, cruzándose de piernas con chulería. Miraba fijamente a Humbert, como si principalmente quisiera contárselo a él―. Soy una furtiva. Me como los animales que la Reina no echa de menos de sus bosques ―enarcó una ceja ante las expresiones de sorpresa de los otros dos cazadores―.[b] ¿Qué? ¿Vais a delatarme? Adelante. Primero, intentad regresar con vida. Además, os dará igual. Ya tengo algunos carteles de búsqueda. Eso, y que es ampliamente conocida la aversión de la Reina hacia algunas mujeres, me llevó a enmascararme frente a ella ―guiñó un ojo a Kei―. Al igual que la compañera. ―Desconocía que la aprendiza había mostrado más tarde su rostro para preguntar por el premio a la soberana.
»Me he apuntado por razones personales, obviamente. Por mí, el monstruo puede destruir el reino todo lo que quiera mientras yo tenga otros lugares a los que huir. No tengo casa, ni familia a la que proteger ―Entrecerró los ojos―. Precisamente, eso fue lo que me quitó: a mi hija. Vivía conmigo, como yo, pero a veces le gustaba escaparse algunos días a las aldeas más próximas para… divertirse. Conocer mundo. No regresó de la última. Hacia allí nos dirigimos ahora.
»¿Acaso no es conmovedor? He venido por venganza, a desquitar mi dolor contra una criatura estúpida e irracional por lo que le hizo a una humana más. Y estaba dispuesta a morir por tal motivo para sentirme en paz. En cambio, ahora… Ahora, la Reina ha prometido responder a una pregunta. No estaría mal volver para plantearle la mía ―Se mojó los labios―: «¿Cómo puedo resucitar a los muertos?». Me encantará ver la cara que pone ante semejante consulta y qué solución piensa darme. Y de haberla, seguiré ganando, porque me reuniré con mi hija.
Dejó literalmente mudos a Humbert y Garin. Aprovechando el silencio de estos, se giró hacia Neru para dejarle algo claro:
―Sin embargo, mi hija no murió por la maldición. Encontré sus cosas, pero no su cuerpo. Tuvo la «suerte» de que la mismísima criatura se cebara con ella.
Garin carraspeó, tras decidir que no iba a comentar ninguna de las impertinencias de aquella mujer, sino a contestar a la pregunta para que continuase la conversación:
―Estoy atravesando el país con mi señor, el príncipe Florián ―explicó brevemente―. Al escuchar hablar de la criatura, me uní a fin de erradicarla y conseguir un paso seguro. No conocía el premio acerca de esa pregunta y no me despierta ningún interés. De ser el afortunado, preguntaré a mi señor qué desea saber, mas cederé la captura con gusto a cualquiera de ustedes si con eso logramos el objetivo.
―En mi caso, soy cazador veterano de la Reina y esperaba de mí que fuera el guía de aquellos que quisieran enfrentarse al monstruo ―Humbert se cruzó de brazos―. Así que no he tenido opción. Espero guiaros en cualquier problema que tengáis y, bueno ―sonrió―, soy más optimista respecto a nuestras posibilidades. ―Minna bufó y puso los ojos en blanco.
Poco disimuladamente, los tres cazadores mirarían a los aprendices. Esperaban las respectivas respuestas de estos, o al menos una en común, puesto que su actitud había puesto de relieve que se conocían entre ellos. Burke se abrazó a sí mismo, incómodo, y se negó a contestar.
Tendrían tiempo suficiente para explayarse (o no). Porque, al finalizar la charla, comenzaría la acción.
―Por Dios… ¿Qué es eso?
El caballero señalaba al horizonte, frente a ellos, elevado sobre el cielo. Por el momento, era poco más que una figura a la que se le distinguían unas grandes alas y que sobrevolaba los bosques. Justo, además, por encima del camino… el mismo que llevaba a su destino.
El conductor soltó una maldición bien audible. El resto del carromato se quedó en silencio, mudo, hasta que Minna lo rompió:
―Olvidaos de la pregunta. Si es él, ninguno regresaremos para contarlo.
De repente, una especie de línea negra descendió de la criatura hacia el suelo. En este, la masa oscura se iba expandiendo poco a poco, hasta formar claramente una especie de niebla densa que corría con velocidad por todo el campo. Y hacia ellos. En pocos minutos, si no se detenía, a todos les cubriría la oscuridad.
El conductor, al darse cuenta, hizo parar los caballos y les hizo dar media vuelta lo más rápido que pudo, arreándolos con fuerza para que echaran a correr en la misma dirección por la que habían venido. Sin embargo, ninguno esperaba que lo consiguiera a juzgar por la velocidad de la nube.
―Ya viene. Otra vez. Nadie está a salvo. Nadie lo resistirá ―murmuraba Burke.
Los miembros del carromato se habían puesto en marcha. Minna se colocó la máscara y se cubrió enteramente con la capa; Garin desenvainó su espada, se puso en pie (sosteniéndose a duras penas a causa de la carrera de los caballos) y esperó, como si creyera que blandiéndola en su contra lograría disipar el humo; y Humbert, destrozó una de las cajas para cubrirse con una de sus partes para hacerla de escudo. Todos esperaban rechazarla de un modo u otro.
¿Y qué había de los aprendices?
«Hagáis lo que hagáis, la quiero bien puesta cuando salgamos. ¿Entendido?».
Fecha límite: 25 de febrero.
Especificaré, por si alguien no lo sabe, que solo será eficaz si está completa. Únicamente pueden materializarla Light y Neru. Keiko conserva su casco (no puesto), pero Adam no.