—Saic, ¿puedes salir un momento?
Tanto Simon como Scarmiglione se mantuvieron expectantes ante la aparición del Asistente Virtual. Ni qué decir que cuando se asustó al ver al villano éste sonrió con malicia. El miembro de Tierra de Partida continuó en cambio leyendo notas y papelitos de las estanterías, intentando dejar todo en su sitio y como estaba, al menos en la medida de lo posible.
—Es mi acompañante de bolsillo, no te preocupes. Nos hará la vida más fácil en este mar de folios.
—Está bien, pero procura no hacer escándalo.
Así pues, los tres se pusieron manos a la obra, buscando documentos que delataran a Mateus Palamecia y dejarlo en evidencia. Pero no encontraron nada que le mencionara. Igual por esa razón no se habían tomado las medidas de seguridad necesarias en esa habitación, ¿no? Nikolai se fijó primero en el escritorio del profesor, leyendo uno en particular que mencionaba algo sobre los monstruos que les habían perseguido por la calle.
Nikolai no lo logró leer con todo detalle debido a su extensión y a los nombres en clave tan raros que se usaban, pero era suficiente echarle un vistazo por encima para leer cosas como “estado vegetal”, deformaciones, y demás términos que hacían referencia a experimentos horribles en seres humanos. Aquel doctor, el tal Hojo, debía estar como una completa cabra. ¿Y no habían ido ellos allí directamente? ¿No les habían entregado en bandeja de plata el ingrediente especial para sus experimentos? Exacto, ellos mismos. Nathan había desaparecido sin dejar rastro en la ciudad… Igual lo habían capturado ya, sometiendo al pobre aprendiz a un experimento terrorífico. Quién sabía si era ya una bola de carne metida dentro de un tubo con agua verde.
El documento sobre Scarmiglione, sin embargo, no lo pudo leer en ese instante debido a los pasos que se acercaban por el pasillo. El documento de Simon sin embargo no era muy extenso, solo mencionaba en unas pocas palabras lo que él ya había corroborado: después del incidente de Villain’s Vale la persona encargada de esos documentos se planteó trasladar su laboratorio al Mundo Inexistente.
Tanto Simon como el aprendiz se apresuraron a ir a la habitación adyacente, sumida en la oscuridad más profunda. Scarmiglione pareció reacio a moverse al principio, pero cuando Nikolai le dio un pequeño tirón les siguió. Les dio tiempo, sin embargo, a esconderse. Porque aquella persona no había entrado en la habitación de primeras. Dejó la puerta entreabierta, murmurando algo, y luego sí entró.
Escucharon sus pasos, profundos y potentes, en la habitación en la que habían estado momentos atrás. Se respiraba la tensión en el ambiente.
—Zande, ¿no te había pedido Mateus que fueses a por Barbariccia?
—Solo quería asegurarme. Todavía quedan unos cuantos ratones correteando por ahí.
El primero que había hablado avanzó algo más, y entonces, pisó algo en el suelo. Algo que Saic no había podido retirar: el barro que llevaban sus zapatos. Se escuchó el pie de Hojo pisando la tierra, y éste se detuvo un segundo. Todo esto lo podían intuir por los sonidos que escuchaban desde adentro, porque se hacía imposible ver nada desde allí.
—¿Um? —Y el silencio se apoderó de la habitación unos segundos—. Está bien, gracias. A todo esto, ¿has visto a Scarmiglione por el camino? Teníamos un experimento pendiente. —Nikolai notó cómo la criaturilla se encogía en su sitio, ¿aterrada?
—No le he visto en todo el día.
—Estará haciendo la guardia por ahí. Ya no se requiere de tu presencia aquí, así que fuera.
El tal Zande se marchó, y luego Hojo le siguió tras remover papeles en el escritorio. Si había echado en falta los que Saic o Nikolai habían recogido, no dijo nada. La puerta se cerró y de pronto, la luz de la habitación les cegó a todos. Simon había encontrado el interruptor de de las bombillas. Y lo que vieron no fue nada agradable: camillas, repartidas por todos lados, con cuerpos tapados por completo.
El hombre emitió un gruñido de hastío y volvió a apagar la luz. Pudieron salir los tres de nuevo al pasillo, o quedarse en el estudio de Hojo, como desearan. El caso es que Simon le pidió los documentos a Nikolai, o a Saic, el que los tuviese más a mano, y se quedó con ellos tras leerlos por encima. Por supuesto, un viajero como él no necesitaba nada de aquello, ¿no? El documento referente a Scarmiglione, en cambio, contaba que había sido el propio doctor y sus experimentos los que habían logrado, a raíz de la criatura, crear los tres sueros.
Y que tenía una estrecha relación con los seres que les habían acosado en la calle, pero no mencionaba nada más.
—¿Entonces han creado a esos monstruos a partir de ti? ¿Por qué tú? ¿Quién eres realmente?
Scarmiglione retrocedió unos pasos, intimidado, pero finalmente abrió la boca.
—Sssoy Ssscarmiglione, el archidiablo de la Tierra. Como habéisss esscuchado dessir al doctor, tenemosss un experimento muy importante entre manoss. He sssufrido mucho, pero ya sse asserca a ssu objetivo final.
—Si no dependieramos de ti, acabaría contigo aquí mismo. Pero necesitamos saber dónde está el ascensor y rescatar a los que queden abajo. Aunque después de ver cómo se las gasta ese loco dudo que quede alguien con vida. Me pregunto si Becca y Maka estarán bien… —Esa última parte la había susurrado, más para sí que para los demás.
—Ssseguidme, oss ayudaré porque el doctor no me cae muy bien, me hasse sssufrir mucho. El elevador sse encuentra máss allá.
Scarmiglione volvió tras sus pasos y dieron vueltas y vueltas por la guarida de los villanos. No encontraron a absolutamente nadie, como si se hubiesen esfumado de pronto. Hasta vieron puertas electrónicas abiertas, como si nadie se preocupara por dejarlas así. Total, no tenían nada que temer, ¿no? Era imposible colarse en su cuartel general.
Pasaron incluso junto a una puerta convencional, abierta, que daba acceso a una pequeña habitación blanca con camillas rotas y sábanas por el suelo: alguien había ofrecido resistencia antes de sufrir el peor de los destinos.
El golpe de Ragun fue letal. Primero lanzó una Flama Tenebrosa, intentando aprovecharse de la enemiga que no podía verlo ni sentirlo de ninguna forma, y a continuación le clavó su espada en el costado, atravesando a Barbariccia de lado a lado.
—¡Ah…! N-no… ¿Q-qu…?
La mujer cayó al suelo, herida de gravedad e incapaz de moverse. No se volvería a levantar, eso seguro, por lo que después de unos instantes agonizando en el suelo terminó por quedarse allí tirada. Si estaba inconsciente o no, el aprendiz no lo comprobó, porque lo primero que hizo fue buscar en su ropa si había algo interesante… Si no fuese porque apenas llevaba ropa encima (¡iba en bikini!). Y no, la villana no parecía llevar sus pertenencias encima. Quizás se las había dejado dentro del laboratorio, imaginando que por una copa no se le iba a perder nada.
Pero ninguno de los dos tenía tiempo. El aprendiz se lanzó corriendo a toda velocidad al piso superior, en busca de la gramola. Alguna que otra mano le rozó y más de una bestia se le intentó tirar encima. Hasta le agarraron una pierna cuando intentó subir, pero se las apañó entre sus movimientos para continuar adelante. Shinju estaba acorralada también, y le miró con nerviosismo.
Y en efecto, en la gramola había un pequeño interruptor muy bien oculto. En cuanto lo presionó se abrió un pasadizo tras el aparato y la música dejó de sonar, dejando el bar con un ambiente muy trágico y triste.
—¡Bien hecho!
Sin pensarlo la maestra se echó a correr detrás de Ragun —si había tomado la iniciativa— o le agarró de la mano para llevarlo consigo en caso de que siguiera allí plantado. Nada más pasar el pasadizo se volvió a cerrar, dejando a los dos en un pasillo blanco y gigantesco que descendía hasta algún punto que no alcanzaba la vista. Shinju jadeó por unos momentos y se limpió unas gotas de sudor de la frente, un poco cansada.
—Menos mal que eres espabilado y la has dejado fuera de combate. Ahora no podemos hacer ruido, ¿vale?
Esperó una confirmación de Ragun y echó a andar, cautelosa. Durante minuto y medio descendiendo por aquel pasillo blanco no vieron nada fuera de lo común, pero justo cuando parecían haber alcanzado una salida… El eco de unos pasos apurados resonaron en sus oídos. La maestra se quedó pegada a la pared contraria que Ragun, tensa, y le indicó al aprendiz con el dedo índice que no hiciera ruido.
Justo delante de los dos apareció Zande, el enorme villano que le había tendido una emboscada al aprendiz cuando todavía estaba con Victoria en la calle. Aun así, en cuanto se acercó al dúo pareció aminorar la marcha hasta detenerse por completo. Olisqueó el aire, con ceño fruncido, e invocó la enorme lanza en su mano derecha.
El villano se hallaba en medio del pasillo, tenso, y Shinju negaba de forma muy leve con la cabeza a Ragun, quieta como una estatua. Igual le estaba indicando que no le atacase, como habían hecho antes con Barbariccia. Zande se aproximó al aprendiz hasta quedar a escasos centímetros de él, y de improviso pegó un manotazo a la pared, casi al lado de su cabeza, intentando agarrar algo inexistente.
Se miró la palma de la mano y tras comprobar que no había nada de nada, desmaterializó la lanza y murmuró algo, antes de salir corriendo hacia el bar.
—Qué raro…
Cuando lo perdieron de vista Shinju resopló, más cansada todavía.
—¿Ves? No tenemos de que preocuparnos si les podemos evitar a todos así. Venga. —Y se puso en marcha de nuevo.
Maestra y aprendiz terminaron por llegar a una especie de sala enorme, como si se tratase de la recepción de un hospital. Lo único diferente era su extensión: se veía en el suelo y el techo las marcas de lo que habían sido en el pasado paredes y muros, ahorra derribadas y sin rastro alguno de sus escombros, dando a la sala una extensión mucho mayor. Solo había un único camino, a excepción de una puerta en un lateral blindada y con un mecanismo electrónico, así que continuaron adelante con el máximo sigilo posible, internándose en las entrañas de la guarida…
En su excursión Nikolai, Simon y Scarmiglione terminaron alcanzando el ascensor, que no se trataba de otra cosa sino de una plataforma enorme de acero, dentro de lo que parecía ser un túnel vertical de hormigón. Pudieron comprobar que el ascensor solo podía moverse entre las plantas cuarta y segunda, porque el techo le impedía seguir subiendo. Eso les daba una pista sobre cómo salir de nuevo a la ciudad: tenían que buscar en aquel laberinto una salida que les llevase al exterior.
Fuera del ascensor había un pequeño panel de control táctil con muchos botones y símbolos raros, incomprensibles para los presentes, excepto para Scarmiglione, o Saic si le daba por meterse dentro del circuito —no obstante, si intentaba hacer esto, la criatura sacaría un cuchillo viejo y oxidado de sus prendas y le amenazaría con un gruñido—.
—A ver si adivino, ¿este ascensor es el que nos llevará a las plantas inferiores? Todavía no sabemos cómo movernos por aquí, ni que hay en la tercera, así que no podemos dejarte solo, Scarmiglione. A la mínima que nos pierdas de vista te chivarás al profesor chiflado. ¿Estoy equivocado?
Scarmiglione avanzó despacito hacia Nikolai y le tendió una tarjeta electrónica de color azul plateado, con una hilera de pines por debajo.
—Esso oss llevará a cualquier ssitio. Ahora missmo no hay nadie en los nivelesss cuarto y tercero. No os preocupéiss, puedo ir con vosssotros —Y retrocedió hasta el panel de control—. Ssi queréiss ir al tercer nivel, esstá bien, oss llevaré. Allí sse contienen loss experimentoss máss importantess del doctor, y lass curass del sssuero.
Pero antes de ponerse en marcha siquiera, les alcanzaron desde un rincón la maestra Shinju acompañada de Ragun: la primera sudaba, cansada, y el segundo estaba sucio con salsa de tomate. Menudo grupo. A la pequeña se le abrieron los ojos como platos al ver a los tres que estaban allí reunidos, los cuales pudieron localizar gracias al eco de su conversación.
—Anda, mira quién está por aquí también. La que faltaba. —comentó Simon, con cierto tono de desprecio.
—Bah, el gordo, ignoremoslo. ¿Y tú dónde te habías metido, si se puede saber? ¿Dónde están los demás? Quiero un informe de todo esto. —exigió a Niko, muy mosqueada.
—Con que un viajero, ¿eh? —le interrogó Simon a Nikolai desde atrás, pero no pareció importarle mucho—. Yo también tengo gente que rescatar. No me importa que me acompañéis. A menos que queráis salir corriendo, como haría alguien afín a Ryota.
El hombre se cruzó de brazos y se metió dentro del ascensor, esperando por Scarmiglione —que se había mantenido al margen de todo eso, junto al panel de control—. Nikolai les podía dar los informes que había sacado de la habitación a Ragun y su maestra, podía explicarles la situación, hablar sobre los niveles cuarto y tercero, o discutir sobre qué hacer a continuación. ¿Sería buena idea marcharse de allí corriendo, esperando que Victoria y Nathan siguieran por la ciudad perdidos? ¿O descender a las penumbras más profundas en su rescate?
—Eh, vosotros dos. ¿Cómo os llamáis? ¿Cómo habéis acabado aquí?
Las preguntas de Nathan llamaron la atención de todos los presentes, al menos de los dos que no eran Portadores. La primera en adelantarse fue la chica de las pecas, pelirroja y con cara de pocos amigos.
—Yo me llamo Margarita… ¿Qué cómo he terminado aquí? Pues no… no lo sé. Una mujer en bikini nos atacó en la ciudad, ¡imagínate! Yo estaba tan tranquila con Maka, escapando de esas cosas con mi padre y mi madre y… Apareció esa. Luego no recuerdo nada, creo que me golpeé con algo. Era como si controlase el viento —Se tomó una pausa y continuó—. Ni siquiera sé si este lugar es real. —Y se pegó un tortazo que si no resonó por todo el laboratorio, poco le faltó.
—No te molestes. Dicen que la realidad a veces supera a la ficción, ¿no? —Y se encaró a Nathan, tembloroso—. Yo soy Alvin, un placer… A tu hermanita ya la conozco —aclaró, mirando a Victoria con una ceja alzada—. Íbamos con otro chico de aspecto oscuro, pero… no lo recuerdo bien, creo que nos atacaron en la ciudad y perdimos el conocimiento. —resopló, cansado, y luego cayó en la cuenta de que igual no estaba ayudando a Nathan a entender la situación—. Si te refieres a cómo hemos terminado aquí, bueno, se suponía que no nos iba a suceder nada. Estábamos de viaje en una nave por Espacio Profundo, pero nos atacaron los sincorazón y terminamos en la ciudad, aislados. Estas cosas que veis aquí detrás… —indicó, apoyando su mano derecha sobre el sucio cristal que almacenaba a los monstruos— eran nuestros compañeros de viaje. Posiblemente Margarita y yo seamos los únicos supervivientes, además de su familia.
Pues esa era la historia. Y Shinju les había llevado a la boca del lobo pensando que podía usarlos para sus tareas de maestra. Como la pillara Nanashi se le iba a caer el pelo.
La tensión se respiraba en el aire, cualquier movimiento en falso y Kefka accionaría la palanca encargada de liberar a todos los zombies del nivel más bajo del laboratorio. Claro, que esto los aprendices no lo sabían con exactitud, aun así se podía intuir que la situación no era muy favorable para ellos.
Victoria fue la primera en actuar, haciendo un gesto muy raro con la mano, al cual Kefka correspondió, riendo por lo bajo. Estaba loco de remate, porque lo más probable es que ni siquiera supiese qué significado tenía para los dos hermanos, y él la estaba imitando, todavía con la palanca en la mano restante. Maka en cambio se aseguró de mantenerse centrada en la salida, y no en el payaso, así que le entregó su tarjeta electrónica a Margarita sin que nadie se diese cuenta. La chica la aceptó de buen grado, ni siquiera se quejó.
—¡Eh, tía Petunia, ¿quieres el móvil que habla?! ¡Cógelo! —exclamó Nathan, antes de lanzar su propio móvil por el aire con el reproductor de música activado.
—¿¡Qué!? ¡Mentiroso!
Kefka abrió los ojos como platos, sorprendido por la estrategia del aprendiz. Un planteamiento que no se vino venir ni de lejos, y en el que picó de lleno.
El payaso, en lugar de saltar o separarse por completo de la palanca, alzó el brazo con el que había imitado el gesto de Victoria para agarrarlo, y ese fue el momento decisivo en el que todos se lanzaron a la carga. Nathan fue el primero en salir corriendo, intentando embestir a Kefka con un placaje. Fue seguido por Victoria, Maka, Margarita y Alvin, en ese orden.
Pero no todo resultó tal y como lo planeó el aprendiz, pues nada más tirarlo al suelo, Kefka, que sostenía la palanca en una de sus manos y debido a la resistencia que ofreció, cayó con todo el peso de su cuerpo sobre el artefacto. Bailó unos momentos, farfullando algo sobre un niño malo, y terminó por caer. Nathan le intentó inmovilizar las manos tras propinarle un fuerte golpe en la cara, al que se unió Victoria para intentar transmitirle la sangre de los vampiros.
Los otros tres en cambio, que iban más rezagados, tuvieron que atravesar un camino cubierto de humo blanco: gas que salía de los contenedores sucios donde almacenaban a los experimentos. Pudieron notar que los cristales iban descendiendo poco a poco. Tenían que abrir la puerta cuanto antes y seguir adelante si no querían morir allí.
—¡De eso nada, vampiresa! —exclamó Kefka, entre la tos que el humo le estaba causando, a la vez que se resistía a Victoria y a Nathan.
El chico le propinó un fuerte cabezazo que dejó al villano mareado —o quizás estaba fingiendo, porque aquella forma de sacar la lengua era más bien cómica—, y dejó que Victoria se acercara todo lo posible a él para, en el último segundo, enviarlos volando hasta el otro extremo de la sala con un fuertísimo hechizo de Viento.
Pero lo habían logrado. La pareja de hermanos le consiguió el suficiente tiempo a Margarita para que abriese la puerta. Esta y Alvin no esperaron a que se abriera por completo y se agacharon para pasarla, mientras los hermanos volaban por los aires, y Maka se lanzó a por Kefka, quizás intentando detenerlo, o igual queriendo ganar tiempo, pero no consiguió lo mismo que Nathan.
—¡Aparta pesada! —Y le propinó una patada a la chica, que cayó al suelo frente a la puerta. Luego cogió el móvil y lo toqueteó con ansia—. Este móvil no habla. ¿Me tomáis por tonto o qué? Ahora sí que la habéis hecho buena, niños. No vais a salir nunca de aquí. ¡Nunca! —Y arrojó el móvil contra el suelo, frente a la puerta.
Así pues, todos estaban colocados en sus posiciones: Margarita y Alvin ya habían atravesado la puerta, accediendo a un conjunto de pasillos oscuros y apenas alumbrados —por lo que pudo ver Maka desde el suelo—, esperando por ellos y asustados. Maka tirada frente a la puerta, que seguía elevándose, podía aprovechar para rodar como una croqueta, alcanzar a sus dos compañeros y cerrarla desde el otro lado: estaba claro que eso era lo que ellos querían, porque Alvin no paraba de incitar a Margarita en que la cerrara de una vez; aunque bien podía enfrentarse a Kefka o ayudar a los otros dos hermanos.
Hermanos que estaban en la peor de las situaciones: Kefka les había enviado por los aires hasta otro rincón de la habitación con un hechizo de viento de muy alto nivel. Cayeron de culo y sufrieron una punzada en la espalda, además, todo les daba vueltas: sintieron ganas de vomitar y les costaría ponerse en pie. Pero lo peor es que estaban rodeados ya por los experimentos, que no tardaron en fijarse… en Nathan. El muchacho había caído contra uno de los tanques y tres de aquellas cosas no tardaron en salir y agarrarle por los brazos, dispuestos a llevarlo adentro. Y llegó el primer mordisco: Nathan sufrió uno en el hombro izquierdo, muy cerca del cuello. Le dolió horrores y gritó. Además, por más que intentara liberarse no podría escapar, porque tenían una fuerza sobrehumana que hacía de sus garras unos barrotes de hormigón como mucho.
Victoria en cambio les podía empujar sin problemas. Al igual que cuando había agarrado a Kefka, sintió que era mucho más fuerte físicamente. Era un efecto secundario positivo, a diferencia de la pelota negra que se le estaba formando en el lugar del pinchazo. Empezaba a mostrar ojeras y sudaba, al igual que Maka. Y aunque no pudiesen ver bien a causa de todo el humo blanco y las siniestras figuras que lograban vislumbrar tras la cortina, caminando hacia ellos, sí podían orientarse por los quejidos de Kefka.
Si Nathan había estado atento podría haberse dado cuenta de que en la ciudad los zombies no le habían atacado, pero en esa situación sí estaban yendo a por él, arrinconado en una esquina, no muy cerca del móvil que seguía reproduciendo la música. El payaso se alejaba cada vez más, murmurando maldiciones y gritos de terror igual de comicos que su cara. ¿Qué hacer, pues? ¿Ir a por el móvil, o intentar acabar con Kefka? Un hechizo como aquel y acabaría con ellos para siempre, igual lo mejor era olvidarse de todo, pasar la puerta con Maka, que también podía ir a por el payaso, a por el móvil o buscar a los hermanos, y cerrarla desde afuera.