Keiko parecía haberse librado de una losa enorme al decir aquellas palabras. Aceptó el pañuelo y mi mano, mientras sus facciones se relajaban hasta que su tristeza desapareció por completo.
—
Vivir… por ellos… —murmuró con un nuevo tono de determinación—.
Gracias… Simbad. Creo que su sonrisa me quitó un gran peso de encima. Sabía que era una hecha desde dentro, desde el corazón, como si no necesitara saber nada más. Un sonido me distrajo repentinamente, por acto reflejo invoqué la Llave y me puse en tensión. El joven peliblanco que nos había salvado había hecho acto de presencia, con la Llave exactamente igual en su mano e inspirando misterio.
—
Habéis sido muy imprudentes, no sé que habéis hecho, ni porque os perseguía la Marina —reprochó. Su voz no expresó nada, ni el más mínimo atisbo de sospecha—.
Solo vengo a deciros una cosa: puede que Bastión Hueco y Tierra de Partida se hayan aliado para hacer frente a un enemigo en común, pero eso no es suficiente para lo que está por venir.Fruncí el ceño, ¿cómo sabía él aquella información? ¿Cómo era posible? Es cierto que era un portador, pero… algo no acababa de encajar. Un escalofrío me atravesó la espina dorsal ante la gravedad de sus palabras.
—
¿Y… qué es lo que está por venir? —preguntó Keiko débilmente.
—
No puedo deciros nada, pero sí que puedo daros esto. —Muy típico, no poder desvelar la verdad hasta el final. En su mano hizo crecer una guadaña plateada, con hilos que la abrazaban suavemente—.
Haced un sabio uso de este arma.—
Tu nombre —exigí, sin embargo no respondió. Tal como apareció, transformó su Llave en un glider y desapareció en el cielo. Había dicho que cogiéramos el arma, así que no tenía ni idea de porqué se la había llevado de nuevo, ni tampoco para qué la necesitaríamos. No podía asegurar que dijera la verdad, no mostraba ninguna emoción.
—
Esto… Simbad… —me llamó la atención la joven, sacándome de mis pensamientos—.
De nuevo… Gracias por todo, de verdad. No puedo expresar con palabras mi gratitud. Si… algún día me necesitas para lo que sea… yo… bueno… puedes contar conmigo.Y me dio un beso en la mejilla. Después de la sorpresa, sonreí, algo abochornado por su acción. Inconscientemente me llevé una mano al pelo para disimular. Reí un tanto. Mi risa paró en seco cuando inesperadamente cayó un reflejo plateado del cielo. Grité por el susto cuando vi a la guadaña clavada en el suelo entre Keiko y yo, que acababa de salir de la nada. Del sobresalto me precipité hacia el duro y frío suelo de espaldas.
—
Auch… —me quejé por el dolor y me levanté de nuevo, sin perder de vista el arma y buscando al peliblanco por la mirada, pero no lo encontré en el cielo—.
Ha sido raro, ¿no crees?